Llega Wimbledon, y con él la incertidumbre de lo que puede hacer Rafel Nadal en un torneo impredecible en el que si está bien hasta puede ganarlo (2008 y 2010) pero en el que está expuesto a múltiples imponderables que le afectan más que a nadie en un jugador especialista en tierra como es el mallorquín. Nadal afronta el grande de hierba con la moral por las nubes tras conseguir levantar por undécima vez la Copa de los Mosqueteros. Este título le sirve para, pase lo que pase a partir de ahora, que el año ya sea considerado todo un éxito. Sabe que llega a Wimbledon con mucho a ganar y muy poco a perder.

Al igual que ocurriera el año pasado, Nadal llega en plena forma y con ambición a un torneo que quiere con locura y que aspira a conquistar por tercera vez. En la pasada edición el luxemburgués Gilles Muller le cerró la puerta de los cuartos de final en un partido a cinco sets y en el que el larguirucho rival hizo estragos con su servicio. Este es uno de los mayores enemigos de Nadal en Wimbledon, toparse con un sacador que disminuya sus opciones de victoria. En esta ocasión el sorteo se ha mostrado benévolo con el ganador de diecisiete grandes y hasta los cuartos de final no se medirá a un rival que puede crearle serios problemas con su saque, el argentino Juan Martín del Potro, peligroso donde los haya.

En semifinales podría verse las caras con el alemán Alexander Zverev y en la final, si se cumplen los pronósticos, con Roger Federer. De llegarse a este partido se volverían a ver las caras en la Catedral del tenis diez años después de la que disputaron, con victoria del mallorquín en su primer triunfo en el All England Tennis Club y considerado por muchos el mejor partido de la historia de este deporte.

Pero para este día, 15 de julio -coincidiendo con la final del Mundial de Rusia- falta mucho. Antes, mañana, debuta el manacorí con el israelí Dudi Sela, que no le debe crear muchos problemas a tenor de los antecedentes en el Abierto de Australia del año pasado y en Miami 2015.

Nadal quiere superar de una vez los octavos de final, su mayor registro desde que perdiera la final de 2011 ante el serbio Novak Djokovic, la tercera que ha cedido de las cinco que ha disputado. Por una razón u otra, lo cierto es que a Nadal le está costando conseguir buenos resultados en la hierba londinense. Unas veces por encontrarse a cañoneros que le han hecho la vida imposible -Rosol en 2012, Darcis en 2013, Kyrgios en 2014, Brown en 2015 y el ya mencionado Muller el año pasado- o por la lesión de muñeca que le obligó a renunciar en 2016. Ahora llega en un gran estado de forma y con la máxima ambición para luchar por lo que sería su decimooctavo grande.

Nadal llega al torneo como número uno, que seguirá ostentando si alcanza los octavos de final, su techo en los últimos siete años, una ronda que está convencido de que puede superar si la fortuna le acompaña.