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Análisis

Iniesta perfora la muralla iraní

España solidifica sus opciones en un partido oscuro, con un exceso de repartidores y el último recurso centrado en el mecánico instinto asesino de Diego Costa.

Iniesta, el jugador que mejor entiende su labor y su valor. reuters

España ya cumplió en Brasil´14 con la tradición de caer en la fase inicial después de haber ganado el Mundial precedente. El curioso trauma ha afectado a tres de los últimos cuatro campeones. Estas reflexiones aciagas se imponían durante la primera mitad del partido de anoche, un diálogo entre el fútbol amurallado de Irán y la inoperante o cooperante selección española.

El único dato positivo en 45 minutos se cifraba en que De Gea se había resistido a meterse un gol en propia meta, un síntoma de que se resistía a emular de nuevo a Karius. El guardameta iraní, que mendigó literalmente por las calles de Teherán su ingreso en el fútbol de élite, tampoco disfrutó de oportunidades para equivocarse. Detuvo con convicción un latigazo reseco de Iniesta, apenas maquillado por un defensa.

Al descanso, el empate había trascendido de hipótesis a teoría. La fe obligatoria abría resquicios al escepticismo hereje. El pesimismo embargaba a quienes preferimos ir contra Lopetegui que a favor de España, en recia aplicación del cainismo patrio. La selección se conformaba con ser superior. No se molestaba en rubricar su dominio.

Hierro había dispuesto a un equipo de repartidores, lo cual llevó a la contradicción de Silva en improvisado ariete en el área pequeña. La democracia es que llamen a la puerta a las cinco de la mañana y sea el lechero. Sin embargo, la llegada de cinco lecheros en una misma madrugada también sería motivo de irritación. En especial, si no traspasaran la puerta para entregar el ansiado líquido de la victoria.

Tras el intermedio, España se empeñó en cambiar el color grisáceo de esta crónica. Internet reclamaba la introducción de Marco Asensio en el reparto, pero la enmienda surgió de los supervivientes de la primera mitad. Al igual que ocurriera contra Portugal, los españoles enloquecieron y le enseñaron a Irán en qué consiste una auténtica revolución fundamentalista.

Iniesta es el jugador que mejor entiende su labor y su valor. Tras dos fogonazos en el cuarto minuto, robó un balón con sangre fría y asistió a Diego Costa. Procede aquí un inciso. La selección está inmersa en momentos de zozobra. En estas circunstancias, los profesionales del coaching recomiendan huir de los temperamentos cerebrales. En circunstancias límite se precisan jugadores irresponsables, aislados en su mundo de superhéroes. Había uno sobre el campo que reunía estos ingredientes, Diego Costa. No podría distinguir a Màxim Huerta de los protagonistas de Warcraft y aplastaría al fallido ministro con la saña que ya ha desplegado ante Portugal o Irán, en el caso de que sepa distinguirlos.

Solo Estados Unidos teme a Irán, que quiso empatar discutiendo. Desde la ambición nula y el cálculo máximo, no conviene despreciar las oportunidades de que dispuso el equipo asiático, con especial mención a un cabezazo alto y al gol anulado por fortuna tras las conmemoraciones religiosas de su autor. La victoria fue más ajustada que justa, el fútbol contemporáneo obliga a esfuerzos crecientes para obtener beneficios menguantes. El conjunto es emocionante pero feo.

Antes hubo que sufrir el Portugal-Marruecos. El encuentro entre nuestros vecinos se saldó con el acostumbrado gol de Ronaldo y un divorcio tan absoluto de los marroquíes con el gol que, de haber marcado, se hubieran sorprendido y no sabrían cómo reaccionar. Hubieran reclamado el VAR para implorar que les anularan el tanto.

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