El sábado por la noche fui a ver Jurassic World. En el momento en que las fauces de un dinosaurio me amenazaban en primer plano desde la pantalla, pensé en el estado de ánimo de Dominic Thiem en esos momentos. Y me tranquilicé de inmediato, al imaginar el terror nocturno del intelectual austriaco en vísperas de la final de Roland Garros. Los monstruos de pacotilla eran una broma, ante la perspectiva de enfrentarse a un T. Rex llamado Rafael Nadal.

En Jurassic World se sostiene que un dinosaurio corre más despacio que una niña de diez años. Thiem no podía confiar en esta licencia de la ficción. Bastaba con examinar el semblante desencajado, al inicio del partido, de un aspirante al que Toni Nadal atribuía "el brío de la juventud". Una hipérbole impropia de un entrenador remiso a los bombásticos, en especial si se recuerda que el austriaco ya tiene 24 años, y que no ha ganado un solo Grand Slam, a la edad en que el mallorquín atesoraba media docena.

La niña de Jurassic World hubiera mejorado las prestaciones de Thiem en el primer set. No puedes presentarte a la final de Roland Garros cediendo por dos veces el servicio en el set inicial, con la humillación adicional de quedarte en blanco en la segunda ocasión, que además cerraba la manga. No puedes desafiar a Nadal y abrir el choque bajo un abrumador ocho puntos a uno. No puedes resoplar como si hubieras agotado el "brío de la juventud" en el juego decisivo de la manga inaugural. Entre otras cosas, porque el velocirraptor mallorquín olfatea tu miedo, y lo aprovecha para destruirte.

En cuanto el segundo set colocó el 6-3, quedó claro que la final de Roland Garros ingresaría en la historia como una secuela de Jurassic World, con Nadal en el papel de todos los dinosaurios. Una auténtica carnicería, en la que se debió dispensar al infantil Thiem de la condición de víctima única. Habría que alinear finalistas diferentes frente al depredador, que los despedazaría sucesivamente.

Así fue como Nadal volvió a volar, y sobre todo a votar, en Roland Garros. Afectado por la lógica ansiedad de que un cambio de Gobierno interrumpiera su carrera triunfal, pronunció un auténtico mitin tras devorar a Gasquet. "A mí me gustaría volver a votar", sintetizó. Ayer depositó su raqueta en la urna, con el resultado de costumbre.

El triunfo de Nadal era tan previsible que su pronunciamiento político oscureció un torneo arrasador. Por primera vez se ha esgrimido el ideario político para degradar su juego, una pretensión estéril al contemplar el despliegue de facultades en la final. La crisis llegó al punto de que Toni Nadal se sintió obligado a intervenir. No defendía a su sobrino, reconocía la metedura de pata.

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Nadal conquista su undécimo Roland Garros

Si tanto le molesta la izquierda, Nadal puede jugar a partir de ahora con la derecha. Los resultados no cambiarían, a Thiem le hubiera ganado aunque estuviera obligado a devolver todas las pelotas con la cabeza. Por otra parte, el tenista exagera su zozobra porque no le ha ido tan mal con el PSOE en La Moncloa, según demuestra su historial durante la era Zapatero.

De acuerdo con las declaraciones incendiarias de Nadal, tiene menos mérito derrotar al intimidado Thiem que conseguir su undécimo título si en la tribuna se sienta el ministro Màxim Huerta. El sustituto de Ana Rosa se declaró heredero de André Malraux en su toma de posesión ministerial, pero luego resulta que no sabe deletrear "Rolland Garros", un nombre común en Francia. Es decir, no le gusta el Deporte y no tiene Cultura, la situación ideal para ocupar la cartera de Esperanza Aguirre.

Por acabar con la política que Nadal ha elevado a un papel protagonista de su carrera tenística, desde el PP le recordarán que no está el horno para votos. Es preferible concentrarse en el tenis para decidir si el mallorquín es cada vez mejor, si sus rivales son cada vez peores, o si se simultanean ambas circunstancias.

Nadie puede dudar de que la final se disputó entre los reyes del torneo, en tanto que ambos surfearon las semifinales en apenas tres sets. A partir de ahí, el set número cero ya se decantaba a favor del mallorquín por 6-3, en el recuento de los enfrentamientos previos entre el español y el austriaco.

Nadal gana el Torneo Nadal. O "Nadall", que diría el ministro. El undecampeón venció a un extraordinario Del Potro por 18-7, la presión suplementaria de una final no libró al incauto Thiem de un devastador 18-9, calculen ustedes mismos cuántas mangas necesitaría para ganar un set al mallorquín. El tenista austriaco hubiera preferido correr delante de los dinosaurios de Jurassic World. Por lo visto ayer, la niña le hubiera adelantado.

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Los famosos en la final de Roland Garros