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Análisis

Benzema celebra el día del trabajo

Benzema celebra el día del trabajo

Si Müller remata a puerta su oportunidad en el minuto 96 que clausuró la semifinal, al árbitro turco no lo salva ni el juez Llarena. La sorpresa del partido de vuelta en el Bernabéu es la clasificación del Real Madrid. A nadie le hubiera sorprendido que las oleadas bávaras sellaran un tercer gol inalcanzable. Keylor Navas cometió su error de cada partido en el segundo tanto encajado. A cambio, el costarricense aportó una intervención prodigiosa a la relación de las mejores paradas de la historia. Fue uno de esos momentos en que se concluye que Dios juega de portero, y que defiende el marco a la altura de sus otras prestaciones divinas.

La mayoría de madridistas divagaban y daban por sentada la clasificación, ya fuera por la vía deportiva o por el penalti en el minuto 93. Solo Benzema decidió celebrar el Día del Trabajo, pensando seguramente que es la única jornada del año en que su país de adopción cumple con el sudor de la frente. El número de escándalos protagonizados por el francés supera a las dianas que consigue en el noble ejercicio de su profesión. De ahí que cuando continuó bregando tras su gol inicial, despertó las sospechas sobre si había olvidado la primera diana, pues nunca fue un superdotado para los números. Y como el fútbol no tiene causas sino solo efectos, el delantero apreció en lo que valía el obsequio del portero del Bayern. No vale la pena ni anotar el nombre de cancerbero, anoche engrosó la relación de las peores intervenciones de la historia. Fue uno de esos momentos en que se concluye que Satanás atenaza al guardameta, paralizándolo tal vez con un exceso de cerveza.

Para Benzema, marcar dos goles en una sola sesión equivale a una huelga a la japonesa. Entre su estajanovismo y la pérdida de hasta medio kilo de peso, al zampabollos madridista se le habían estirado los ojos como si fuera un abnegado nipón. En cambio, sus compañeros se habían personado en el Bernabéu con el solo objetivo de ser homenajeados por la afición en el envite previo a la final. No hubo exactamente prepotencia, pero sí la condescendencia que es la antesala de la soberbia.

El Bayern superó en méritos a su rival, pero la contabilidad pierde peso cuando enfrente tienes al bicampeón vigente de la Champions. El Madrid considera que hasta el reloj corre de su lado, y que los embates del adversario serán contrapesados por la inexorable superioridad de los blancos en una competición diseñada para ellos.

La Champions se resuelve en una docena de partidos, la tercera parte que la Liga maratoniana. Ni siquiera es imprescindible ganarlos todos. De hecho, se podría llegar a campeón sin vencer en ninguno. Es decir, el mito y la superioridad que concede la historia suponen un hándicap insuperable frente al Madrid, pese a que su hombre con mejor planta física sigue siendo Zinedine Zidane.

El Madrid celebró la final por adelantado, que es la mejor forma de perderse la cita ucraniana. Sesteando vergonzosamente durante la Liga, se encuentra al borde de su tercera Champions consecutiva, posiblemente ante un Liverpool debilitado por el Barça al fichar a Coutinho.

Por si alguien lleva las cuentas, una Champions equivale a dos Ligas. Si el Madrid se impone con la ley del mínimo esfuerzo, su temporada no solo brillará triunfal, sino que degradará los trofeos logrados por el Barça como si se hubieran obtenido en territorio extranjero. Sin ánimo de entrar en políticas.

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