Arrollando y de forma inmaculada. De esta manera ha conseguido Rafel Nadal su undécimo título en el Masters 1.000 de Montecarlo. La final de ayer ante el japonés Kei Nishikori (6/3, 6/2 en 93 minutos) no fue muy diferente al resto de partidos disputados en el Principado. Como Dimitrov en semifinales, el japonés, que sale de una larga lesión de muñeca que le ha obligado a pasar por el quirófano, opuso algo de resistencia en el primer parcial, pero se desmoronó como un castillo de naipes en el segundo y servía en bandeja a su ilustre rival su undécimo título, el 31 de categoría Masters 1.000 -deshace el empate que mantenía con Djokovic-. el 54 sobre tierra batida y el 76 de su carrera.

Además, la victoria permite mantener a Nadal el número uno, que dejará de serlo si falla a partir de esta semana en el Trofeo Conde de Godó o en Madrid por los escasos cien puntos de ventaja que mantiene sobre Federer.

Es la quinta vez que Nadal gana este torneo sin ceder un solo set (2008, 2009, 2010 y 2012). La única final que ha perdido en el Principado fue la de 2013 contra Djokovic.

El dominio de Nadal en tierra se traduce no solo en los títulos que ha obtenido, sino en su constancia en la victoria y en cómo las consigue. Con su triunfo por la vía rápida ante Nishikori, encadena el campeón de dieciséis grandes la friolera de 36 sets ganados en superficie de tierra, en la que ha logrado 396 victorias por solo 35 derrotas.

Nadal ganó el partido cediendo una sola vez su servicio, y rompiendo cuatro veces el del japonés, muy presionado cada vez que le tocó servir y todavía lejos de su mejor forma. Nishikori, que a lo largo de su carrera ha ganado once títulos -los mismos que lleva Nadal en Montecarlo-, ya resoplaba cuando todavía no se había alcanzado el ecuador del primer set. El sofocante calor a pie de pista -23 grados- y el hecho de que el simpático nipón haya apurado todos los sets en su camino hacia la final influyeron en su bajo rendimiento. Le falta mordiente en los momentos decisivos para convertirse en un gran campeón.

Nadal, pletórico de facultades y dejando definitivamente atrás la lesión en el psoas ilíaco que le ha atormentado en los primeros meses del año, impone aún más respeto a sus rivales en esta gira de tierra. No se adivina quién puede derrotarle en superficie de arcilla. Parecía que Thiem, pero se llevó un rosco en cuartos; Dimitrov, muy lejos de Nadal en tierra; Zverev, superado en la Davis; Djokovic, una caricatura de lo que no hace tanto fue. Y así un largo etcétera. El mayor enemigo de Nadal es el propio Nadal.