La cita es a las diez de la noche (Eurosport, dial 60). Rafel Nadal opta a partir de esa hora a su decimosexto título de Grand Slam y a su tercero en Nueva York en la final del Abierto de Estados Unidos, que le enfrentará al sudafricano Kevin Anderson. Antes del partido decisivo todos los números son favorables al mallorquín de manera apabullante. Será la final de un grande número 23 del actual número uno -que lo seguirá siendo el lunes pase lo que pase esta noche- por la primera de Anderson. Se han enfrentado cuatro veces, con pleno de triunfos para el de Manacor ante un rival que solo ha sido capaz de arrebatarle un set, en París-Bercy en 2015.

Unos datos que hablan bien a las claras de la superioridad de Nadal sobre el tenista sudafricano, con residencia en Florida. Pero estos números deben quedar reflejados esta noche en la pista Arthur Ashe. Si Nadal juega como lo hizo en la madrugada del sábado ante el argentino Del Potro, poco hay que temer y poco tiene que hacer Anderson, vencedor en su partido de semifinales ante el asturiano Pablo Carreño en cuatro sets. El número 32 del mundo mostró poderío en su duelo ante el español, pero hoy por hoy parece muy lejos de poder ganar a un Nadal en auténtica ebullición, agresivo como pocas veces con su derecha, con un servicio que es una garantía y con un hambre de victoria más propio de un tenista que empieza que de un treintañero con más pasado que futuro.

El partido de Nadal ante Del Potro fue para enmarcar. Difícilmente se puede jugar mejor. Y eso que empezó cediendo el primer parcial por 6/4 tras perder su servicio. El de Del Potro, apoyado en las gradas por la colonia argentina en Nueva York, era como un penalti en el fútbol. Igual que su derecha, posiblemente la mejor del circuito, plana y potente.

Pero si algo tiene Nadal es que nunca se rinde. Tampoco ante el de Tandil. Empezó el segundo set rompiendo el servicio de su rival, lo que celebró como si ya se hubiera hecho con el parcial. Fue el principio de una fase del partido arrolladora por parte del mallorquín, desatado y dispuesto a dejar pocas dudas de quién era merecedor de jugar la final. Y lo hizo de manera intachable, con un 6/0 que dejó boquiabiertos a los 23.000 espectadores que abarrotaban la Arthur Ashe. Hasta el final del partido el argentino solo pudo sumar cinco juegos, acusando sin duda sus exigentes victorias ante Thiem, con remontada en cinco sets, y frente a Federer, en cuatro.

Nadal es más fiable que nunca. Si levanta el trofeo por tercera vez será el segundo grande del año, tras su décimo Roland Garros, el quinto título de la temporada de un deportista único, que nunca se rinde ni se cansa de ganar. Por esto es el número uno.