La aparición de Toni Nadal en la ceremonia de entrega de trofeos, entregando el de campeón a su sobrino, fue la única sorpresa de la tarde en la final entre Rafel Nadal y Stan Wawrinka. El momento más emotivo porque difícilmente se ve al tío Toni, que lideró a su pupilo en su último Grand Slam, emocionarse hasta el punto de que se le cayó alguna lágrima. La misma emoción que sintió el diez veces campeón sobre la tarima visionando en las pantallas del estadio las celebraciones de sus diez títulos. No era para menos. Minutos antes, con la toalla tapándole la cara, debía pensar en la gesta que acababa de conseguir y en lo mucho que le ha costado tras las eternas dudas de 2015 y la lesión de muñeca del pasado año, producida precisamente en Roland Garros.

Mito, leyenda y todos los adjetivos que se le quieran aplicar. Nadal ha traspasado fronteras de manera definitiva con su décimo título en Roland Garros, una gesta comparable a las más grandes de la historia del deporte, solo asignada a los elegidos. Es el mejor tenista de la historia sobre tierra y difícilmente aparecerá otro igual en un montón de generaciones. Por su espíritu competitivo, por su garra, por su ambición, por levantarse una y otra vez de las caídas, y ha tenido muchas, en definitiva, por no rendirse nunca. Todas estas cualidades, y unas cuantas más, le han convertido en un deportista diferente y referente para todos los que empiezan en cualquier disciplina deportiva.

Nadal elevó ayer ante Stan Wawrinka su grandeza hasta niveles insospechados en el inicio de su carrera. Entre otras cosas porque imaginar una hazaña semejante solo puede hacerse realidad en sueños. Pero no. Es bien real. El mallorquín, que se embolsará 2.100.000 euros por su victoria y que será número 2 a partir de hoy en la clasificación ATP, sumó su décimo título en Roland Garros, el decimoquinto ´grande´, cuarto título del año y el 73 de su carrera, el 53 en tierra. Su balance esta temporada es de 43 victorias por seis derrotas, 24-1 en tierra, la 79 en la de París. Unos números que lo dicen todo sobre la grandeza de este personaje inigualable.

La historia es muy difícil de cambiar. Y por mucho que Wawrinka llegara de jugar como los ángeles ante el número uno Andy Murray y llegar a la cita de ayer con la aureola de no haber perdido ninguna de las tres finales grandes que ha disputado, delante tenía al mejor tenista del planeta sobre tierra batida. Los números entre ellos no engañan: 16-3 para Nadal con la contundente victoria de ayer por 6/2, 6/3, 6/1 en 125 minutos, y 7-1 en tierra. Esta es la historia. Escrita. Una de las tres victorias del helvético fue la final de Australia 2014, que se llevó porque a Nadal le pegó un espasmo lumbar que le dejó prácticamente inútil.

Quién sabe si esa final perdida influyó a la hora de encarar el partido de ayer. Porque Nadal, que se mostró algo nervioso en los primeros minutos del partido, cogió la directa en cuanto rompió el servicio de su rival por primera vez (4-2). Encadenó siete juegos de forma consecutiva que le valieron para anotarse el primer set y tomar una cómoda ventaja en el segundo (3-0). Conservaría su servicio -de hecho no lo perdió en todo el partido, en una de las claves de su contundente victoria- y se anotó el segundo por 6/3.

Wawrinka arrojó la toalla demasiado pronto. A medida que pasaban los minutos, su rival se iba calentando y le empezaban a entrar la derecha cruzada y la paralela. Muchos de sus saques los ganaba en blanco y hasta uno del suizo, cada vez más desesperado. Sus gestos en la pista le delataban. Cuando Nadal le rompió en blanco en el segundo juego del segundo set se llevó la pelota a la boca, como si quisiera comérsela y desaparecer del infierno en el que se encontraba. En el último juego de este set dejó la raqueta hecha añicos, lo que le valió la pitada del público. El tercer set fue a beneficio de inventario. Nadal tenía prisa por levantar la décima copa de los Mosqueteros. Rompió el servicio de su rival a las primeras de cambio y conservó el suyo en blanco. Título en el bolsillo.

Lo que llegó a continuación es lo que se ha visto diez veces con la de ayer en París. Nadal se tiende sobre la tierra que le ha dado la gloria y, emocionado, levanta los brazos. Wawrinka, deportivo, pasó al otro lado de la red para felicitar a su rival. Algo le dijo a la oreja, algo parecido a "eres el mejor, eres justo ganador". Nadal cierra su decimotercera presencia en Roland Garros con solo 35 juegos cedidos, una barbaridad. La pregunta ahora es si el nuevo número 2 del ránking será capaz de asaltar el liderato de Murray. Parece lo de menos. Lo importante son los títulos, y Nadal ya suma quince grandes. Una auténtica locura.