Rafel Nadal se convirtió ayer en el único perseguidor en solitario del insaciable Roger Federer al conseguir el decimoquinto grande de su carrera y deshacer el empate que desde 2014 mantenía con el norteamericano Pete Sampras. El resucitado Federer parece inalcanzable, después de su victoria en el último Abierto de Australia y como favorito indiscutible en el torneo de Wimbledon, que comienza a final de este mes, y donde aspira a su octavo título en la hierba del All England Tennis Club.

Nadal ha superado a un mito del tenis, un Sampras que conquistó 7 Wimbledon, 5 US Open y 2 Open de Australia, por ningún Roland Garros, que siempre se le atragantó. Cuarto, con doce títulos, aparece desde junio de 2016 Novak Djokovic, que tras conquistar Roland Garros, el único grande que le faltaba, suma ya doce títulos de Grand Slam. A sus 30 años, y en una etapa claramente decadente, habrá que ver si está en disposición de aumentar su palmarés. Estancado en su juego, vacío como dijo que se sintió cuando conquistó Roland Garros, no ha vuelto a ser el mismo y no ha ganado nada desde que tocó el cielo de París. Igualó a doce títulos al norteamericano Roy Emerson, que se impuso por seis veces en el Open de Australia y en dos cada uno en el resto de grandes.

El mallorquín, que ayer sumó el título 73 de su carrera con 31 años recién cumplidos, empezó su trayectoria siendo reconocido como un gran especialista sobre tierra. Sus 52 títulos sobre esta superficie, con solo 33 derrotas, le convierten en el mejor de la historia sobre arcilla. Pero, empujado desde pequeño por su tío y entrenador, se puso entre ceja y ceja que algún día también ganaría en la Catedral del tenis, Wimbledon. "Le decía que sobre tierra habían ganado muchos españoles y que sobre hierba solo Santana. Ganar en Wimbledon le distinguiría", recuerda siempre Toni Nadal.

Con muy pocos partidos sobre hierba se plantó en su primera final en 2006, y pagó la novatada ante el indiscutible rey en esta superficie, el siempre elegante Federer. Volvería a intentarlo al año siguiente y, aunque estuvo más cerca que la vez anterior, volvió a ceder ante su gran rival. A la tercera fue la vencida y Nadal levantó el trofeo de campeón en la que por muchos es considerado el mejor partido de la historia del tenis. Nadal ya tenía en sus vitrinas el trofeo con el que había soñado desde pequeño.

Lo mismo ha ocurrido en pista dura. Fue capaz de ganar en Australia en 2009 provocando las lágrimas de Federer al final del partido, en una imagen que perdura en el recuerdo del buen aficionado. Y al año siguiente, después de pasar un tormento en forma de lesiones, se impuso conquistar el único grande que le faltaba, el US Open, que volvería a ganarlo en 2013. Era su tercer grande consecutivo tras Roland Garros y Wimbledon en uno de los mejores años de su carrera, gesta que no se alcanzaba desde el mítico Rod Laver en 1969.

Nadie sabe el tiempo que le queda a Nadal como tenista. Posiblemente no lo sepa ni él. Tal vez tenga razón Emilio Sánchez Vicario, que le ve jugando "hasta que mantenga su mentalidad ganadora". Su gran arma, la ambición, no la ha perdido. Se metió entre ceja y ceja conquistar su décimo Roland Garros y lo ha conseguido después de que el pasado año se viera obligado a abandonar en pleno torneo por una lesión en la muñeca. Si las lesiones le respetan, como este año, al palmarés de Nadal le quedan muchas historias que contar.