Si hay que hacer caso de la historia, Rafel Nadal es el indiscutible favorito en la final que esta tarde (15 horas, Telecinco y Eurosport, dial 60) disputa en la Phillip Chatrier ante el suizo Stan Wawrinka. Es favorito por un montón de razones. La primera, porque es prácticamente invencible en Roland Garros (78 victorias por solo dos derrotas) en trece años de tiranía sobre la pista; la segunda, porque, por mucho que el suizo le derrotara en la final del Abierto de Australia de 2014, lesión del mallorquín mediante, el balance entre ambos jugadores es abrumadoramente favorable al campeón de catorce grandes (15-3); y la tercera, por reducirlo a tres, porque Nadal se siente invencible en su torneo fetiche, y más con el poderío que ha demostrado en su camino a la final.

Es la quinta vez que Nadal llega a la final de Roland Garros sin ceder un set, y en su camino al partido decisivo presenta sus mejores números. Solo 29 juegos ha cedido en su transitar por el torneo -dejó de jugar dos en cuartos por la retirada de Pablo Carreño por lesión-, seis menos que en 2012 y ocho menos que en 2008. Ha empleado diez horas y un minuto para plantarse en la final por 15 horas y 17 minutos de su rival, aunque se metió en semifinales sin ceder un set ante rivales de la talla de Dolgopolov, Fognini, Monfils y Cilic. Ante Murray, en la penúltima ronda, cedió sus primeros juegos en un partido épico, por la emoción y la calidad de los contendientes.

Nadal, que ayer se entrenó bajo un sol de justicia en la pista 3 con el catalán Joan Soler, ha sabido mantener a raya a su rival de esta tarde desde que se enfrentaran por primera vez en 2007. Tres derrotas en dieciocho enfrentamientos, el ya mencionado de Australia, en Roma 2015 (7/6, 6/2) en su único tropiezo en tierra ante el de Lausana, y en París Bercy del mismo año, cuando cayó por un doble 7/6. Pero lo sorprendente es que, hasta la dolorosa y no menos sorprendente derrota en Australia en 2014, el balance entre ambos era de 12-0 favorable al mallorquín, sin ceder un solo set. Es difícil encontrar un dominio semejante entre jugadores de este nivel. El punto de inflexión se produjo con la llegada de Magnus Norman al cuerpo técnico de Wawrinka, a quien transformó en un jugador competitivo frente a los mejores del circuito.

Una vez se han visto las caras en Roland Garros los protagonistas de la final de esta tarde. Fue el 5 de junio de 2013, y el resultado lo dice todo: 6/2, 6/3, 6/1 para Nadal en una hora y 56 minutos. La historia será hoy diferente, o debe serlo. Wawrinka es mejor jugador y se da por hecho que presentará mucha más batalla que aquel día, en el que encajó su décima derrota con un balance desolador de 22 sets a cero.

Nadal disputa su final número 22 de un Grand Slam, en las que ha ganado catorce y ha perdido siete, la última el pasado mes de enero en Australia ante el resucitado Federer. Lo tiene todo a favor para conseguir su decimoquinto título, lo que sería su décima Copa de los Mosqueteros. Por su extraordinario momento, porque se juega en tierra y por historia, que dicta que Nadal no juega finales en Roland Garros. Sencillamente las gana.