El futuro del tenis es Dominic Thiem. Pero el presente, y parece que todavía por un largo periodo, sigue siendo Rafel Nadal. Ayer pasó por encima del austriaco, que hasta cruzarse con el mallorquín había arrollado en su camino hacia las semifinales, incluido a Djokovic, que solo pudo sumar nueve juegos, dos más de los que ayer consiguió frente a Nadal. El tenista de Manacor, pletórico, se impuso en dos horas y siete minutos y le espera mañana en la final un viejo conocido, Stan Wawrinka, verdugo ayer del número uno Andy Murray en un partido memorable y con la final de Australia de 2014 ganada por el suizo en el recuerdo.

El partido de ayer, en contra de lo que parecía, tuvo muy poca historia. La rotura de Thiem en el primer juego del partido resultó ser una anomalía. Nadal no estaba dispuesto a mostrar ni un atisbo de duda y al siguiente rompió hasta ponerse con un claro 4-1, una diferencia que ya resultó insalvable para 'Dominator' Thiem. El centroeuropeo, que llegaba a esta gran cita con una victoria sobre Nadal en el torneo de Roma, equivocó la estrategia. De principio a fin. Jugó demasiado apresurado. Quería resolver en dos golpes. Ya se sabe que las prisas son malas consejeras y la consecuencia fue que dio muchos puntos gratis. Y esto es pecado mortal ante el rey de la tierra.

Mientras, Nadal iba a lo suyo. Imprimió desde el primer punto un ritmo frenético. Tenía bien estudiado a su rival. Buscaba pelotas largas y mover a Thiem todo lo que pudiera de un lado a otro de la pista. Su rival, poseedor de una amplia gama de golpes, con una derecha espectacular y un servicio que supera regularmente los 200 kilómetros por hora, es muy peligroso si se le permite estar estático, pero sufre demasiado si se le obligan a moverse. Y Nadal, en la Phillip Chatrier, lo hace como nadie. La pista se le hizo enorme al austriaco, uno de los objetivos que se había marcado el ganador de catorce grandes. Los ocho años de diferencia entre uno y otro no debían notarse, y lo consiguió Nadal desde el primer momento.

En el segundo set, Nadal rompió el servicio de su rival en el tercer juego. Fue suficiente para anotarse la manga. Thiem, que cuando Nadal levantó su primera Copa de los Mosqueteros tenía 11 años, ya no dio pie con bola. Conservaba a duras penas su servicio y apenas ofrecía resistencia en el de Nadal, que sirvió de fábula todo el partido. Por ahí hay que buscar uno de los motivos de su aplastante victoria. El otro, que Thiem quiso jugarle de tú a tú a su ilustre rival. Craso error. Eso son palabras mayores todavía para el joven tenista de Viena, que comprobó ayer de primera mano que todavía está muy lejos de ser el dominador sobre arcilla, como el mundo del tenis le señala.

El tercer set fue a beneficio de inventario. Nadal empezó rompiendo, de la misma forma que hizo en el tercero y en el sexto. Hacía rato que Thiem estaba fuera del partido, impotente ante la superioridad de Nadal. Ya no aguantaba el intercambio de golpes que le proponía el mallorquín, y, desesperado, la mayoría de las bolas se estrellaban en la red. Treinta y cuatro errores no forzados cometió Thiem, demasiados si se quiere ya no ganar, sino al menos ofrecer algo de resistencia.

El partido acabó con una pelota en la red de Thiem, el mejor resumen de lo que fue el partido, el de la impotencia del austriaco ante la majestuosidad de su rival, que cuando se trata de Roland Garros, de la central, no duda. Juega, y muchas veces arrolla, como en todo este torneo. No es extraño que sumara su victoria 78 aquí por solo dos derrotas. Mañana, ante Wawrinka, le espera la gloria de su décima particular, un hito inimaginable en la historia del tenis porque significa que ha sido todo un prodigio de regularidad. Le espera la guinda ante el suizo y, jugando como lo ha hecho estos quince días, a ver quién se atreve a decir que no es el favorito. Indiscutible.