El gesto es universal y no entiende de colores. El balón acaba en la red y el autor del remate inicia una carrera por la banda, brazos abiertos, mientras grita, sonríe o saca la lengua. El mensaje, en cualquier caso, es inequívoco: el momento más feliz del fútbol. Y el fútbol español vive, una vez más, un momento dulce con la clasificación del Real Madrid y el Barcelona para los cuartos de final de la Liga de Campeones. Dos de dos posibles, a la espera de que el Atlético y el Sevilla completen el pleno la próxima semana. Dos de dos para alimentar el morbo de que el sorteo del próximo día 17 decida si el gran ´clásico´ de la Liga se repite también en Europa. No sé si la fe es capaz de mover montañas pero sí lo es de mover marcadores. Para ello el Real Madrid tiene a Sergio Ramos, un tipo que cuando las cosas más se atascan sabe poner su cabeza en el sitio justo y en el momento apropiado. Cuando la caldera napolitana de San Paolo amenazaba a un Madrid huérfano de resolución por parte de la BBC apareció el de Camas para hacer no ya una, sino dos de las suyas. Para marcar como marca Ramos se necesitan varios factores, desde alguien que la ponga desde la esquina con la puntería de Kroos, al estudio de la jugada en la pizarra y la fe, siempre la fe, del central sevillano en su remate. No hay otro que acuda al área con la convicción con que lo hace Ramos.

Si el Real Madrid se levantaba el martes tras el descanso en San Paolo, el Barcelona vivía el miércoles 95 minutos mágicos en el Camp Nou para firmar una de las mayores proezas del fútbol moderno. Nadie había remontado un 4-0 en los más de sesenta años de historia de las competiciones continentales hasta que apareció el Barça del asturiano Luis Enrique para evidenciar que lo imposible no es palabra que convenga utilizar en el deporte. En tres semanas el Barça ha pasado de la "crisis" de París a la euforia desatada. Quienes en el 4-0 vieron la mano negra de los jugadores azulgrana contra su entrenador buscan ahora explicaciones a la recuperada comunión en el vestuario culé. Quizás la clave sea más sencilla y los jugadores del Barça siguieron el ejemplo de Sergio Ramos: fe, mucha fe en sus posibilidades. Porque los dos primeros goles del Barça fueron pura convicción. Luis Suárez en el primero e Iniesta en el segundo encontraron oro en unas jugadas aparentemente estériles y colocaron la base de una remontada para la historia. Una remontada que en realidad fueron dos; una hasta el 3-0 y otra, la verdaderamente épica, tras el gol de Cavani cuando ya se había superado la hora de partido. Si antes del choque las estadísticas hablaban de que nadie había sido capaz de levantar un 4-0 en contra, ¿quién podía apostar por un 3-0 en menos de media hora? Y aún más, ¿quién podía mantener su fe en esos tres goles cuando el reloj ya señalaba el minuto 87 y Messi, además, seguía sin aparecer? Pues ahí precisamente estuvo otra de las claves, porque Messi cedió a Neymar la opción de lanzar el libre directo que se convertía en el 4-1 en el 88. Y el brasileño cogió carrerilla. Fue, sin duda, el hombre del partido. Se echó entonces el equipo a la espalda y rubricó su gran noche, probablemente su mejor noche como barcelonista, transformando el penalti inventado por Luis Suárez que supuso el 5-1 y asistiendo a Sergi Roberto antes de que los cielos se abrieran para que el Barça alcanzara la gloria y la tierra se resquebrajara para tragarse al PSG del timorato Unai Emery.

Fueron ocho minutos para la historia. Ocho minutos con tres goles de locura. De auténtica película de esas que por increíbles que parecen hay que advertir al espectador de que está "basada en hechos reales". Y como necesita toda película, también tuvo su héroe; ese actor con un papel secundario que de repente se convierte en el gran protagonista. Sergi Roberto sólo estuvo en el campo 19 minutos y si bien nadie se acordará de qué hizo los 18 primeros todo el mundo recordará que en el minuto 95 salió de entre una maraña de defensores y atacantes, entre los que se encontraba el mismísimo portero del Barcelona llamando la atención con su atuendo rosa, para meter la punterita al envío de Neymar y lograr uno de esos goles que no borrará el paso del tiemo. Habló Luis Enrique tras el partido de "una noche difícilmente explicable con palabras". Hoy se buscan miles para intentar explicar lo sucedido cuando es más fácil hacerlo, como lo ocurrido la jornada anterior con la transformación del Madrid ante el Nápoles, con un par de imágenes: las de los dos héroes a los que el destino también emparejó con sus iniciales: Sergio Ramos y Sergi Roberto. Los dos corriendo la banda con los brazos abiertos, abrazando la gloria.

Clasificados para cuartos en Europa y peleando ambos por la Liga, Madrid y Barcelona afrontan los momentos claves de la temporada. La remontada ante el PSG ha reforzado el papel de Luis Enrique en su etapa final en el banquillo culé mientras Zidane aún debe solucionar la crisis de esa BBC que tantas veces deshilvana al equipo con su apatía. Sirva para los dos la advertencia del asturiano: "En otro partido malo, los rivales te machacan".