Ha sido una victoria arrolladora de principio a fin. Nadal jugará la semifinal del Abierto de Australia, la penúltima ronda de un Grand Slam en tres años -963 días después-, ante el búlgaro Grigor Dimitrov -que se impuso al belga Goffin- al derrotar de forma categórica al canadiense Milos Raonic en tres sets, 6/4, 7/6(7), 6/4 en dos horas y 44 minutos. Ha sido un triunfo incontestable el de Nadal, que ha vuelto a recordar al mejor Nadal, al que lo daba todo en la pista, el que dominaba los puntos de principio a fin, el que nunca se rinde.

El mallorquín, que si ganara el torneo se metería de nuevo entre los cuatro primeros de la clasificación, sabía perfectamente la táctica a utilizar. Aconsejado por su amigo y ahora entrenador Carlos Moyá, hasta hace pocos meses técnico de Raonic, Nadal entró a la pista dispuesto a dejarle claro a su rival quién mandaba en la pista. Consciente de que debía ser muy fiable con su servicio -lo fue hasta el punto de que no lo perdió ni una vez en todo el partido-, debía aprovechar el más mínimo resquicio con el potente saque de su rival, sin duda el mejor del circuito. Es el mejor sacador. Como bien dice el extenista Alex Corretja, ahora comentarista de Eurosport, los saques de Raonic son como los penaltis en el fútbol. Nadal, el guardameta en este caso, no sabe nunca por dónde irá la pelota. Se trata de adivinar. Y si aciertas, tienes muchos números de llevarte el punto. Lo consiguió por primera vez en el séptimo juego del primer parcial. Ya nada le frenaría y se adjudicaría el set por 6/4.

Raonic empezaba a hablar solo. Su derecha invertida, su mejor golpe, era respondido por Nadal. Ni su saque, que llegó a 227 kilómetros por hora, no le era suficiente al número tres para contrarrestar la energía y el buen hacer del mallorquín. Con algún susto que otro -superó su primera pelota de break en el segundo juego del segundo set- y con un parón para que Raonic fuera atendido por unas molestias en el quinto, se llegó a la muerte súbita, donde pudo pasar de todo. Raonic desperdició dos pelotas de set -ya había tirado por la borda tres en el décimo juego- y Nadal no desaprovechó el regalo para llevarse la segunda manga por 9-7 en la muerte súbita.

En el tercero y definitivo, más de lo mismo. Nadal se ha mostrado muy seguro con su servicio, sabiendo en todo momento lo que tenía que hacer. Buscar el revés de su rival -su golpe más flojo- y siempre muy metido dentro de la pista. Esperó a que su presa estuviera madura y, con 5-4, rompió el servicio de Raonic para llevarse el set y el partido.

Nadal jugará la semifinal el viernes, su quinta semifinal en Australia, donde ganó en 2009, la 24 de su carrera, superando al legendario Pete Sampras, que jugó 23. Le espera Dimitrov, uno de los reyes del revés a una mano y con un catálogo sensacional de golpes. Entrenado ahora por el catalán Daniel Vallverdú, Nadal ha ganado 7-1 al búlgaro en sus ocho enfrentamientos, el último en Pekín en el mes de octubre, en la única victoria del balcánico. Ahora la historia parece diferente. Nadal está para ganar a cualquier rival. Va sobrado de juego y de moral.