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Opinión

Lorenzo, una vez más, por Matías Vallés

Lorenzo, una vez más, por Matías Vallés

Mallorca no tiene amor propio. Es una de sus ventajas, pero sin autoestima no hay Mundiales. Gracias a que a Francina Armengol le escribe los discursos alguien que sabe leer, una notable ventaja sobre sus predecesores, ayer alcanzamos a entender la magnitud de la gesta de Jorge Lorenzo.

La presidenta se admiró de que el ganador a los seis años de una prueba motociclista en Mallorca, escalara la cima del planeta en los cubicajes mayúsculos. Con dos pistones. En efecto, el ascenso es incomprensible. Sobre todo, porque además se ha obligado a Jorge Lorenzo a ser otra persona. No hay campeones humildes, aunque abundan los perdedores soberbios.

Los burócratas no nos hemos creído a Lorenzo hasta que ha vencido por triplicado. Con las maneras de un lord inglés, porque el Emilio Salgari mallorquín se impuso a los piratas malayos. La coz de Rossi ha demostrado que el campeón del mundo es un santo por comparación con los depredadores de su circo.

San Lorenzo casi arde ayer en la otra parrilla, la de su moto. Como un principiante, porque solo la ilusión del novato permite repetir títulos mundiales. El eco social no fue la primera foto con sus padres juntos, ni la presentación de una novia atacada de timidez. Ha conseguido que Biel Barceló trabaje a las nueve de la noche, y que Xelo Huertas rumiara si la anarquía era esto.

¿Dónde está el análisis científico? Lo siento, pero el honor de usurpar el espacio reservado al maestro motorizado Emilio Pérez de Rozas implica que las emociones endebles suplanten a la técnica acerada. En la telemetría sentimental, nos rendimos cuando el campeón del amor propio reparte su obsesión consigo mismo, para golpearse el pecho al grito de "aquí sí pone Mallorca, en el corazón". Y en su deseo de subir al balcón del Consolat "no sé si muchas veces más, pero al menos una vez más", Lorenzo mejora al Shakespeare de La fierecilla domada: "Nunca seremos más jóvenes".

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