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Análisis: Sombrerazo, señora, por Alejandro Vidal

No, no caeré en la tentación de glosar los éxitos deportivos de Brigitte Yagüe que, además, ya figuran relacionados en esta misma página. Tiene un triunfo personal tan importante como aquellos y es el mérito de haber compaginado su vida en pareja con su carrera deportiva. No es fácil, como atestiguarán muchas mujeres. Alberto Cortez, con quien tuve el placer de compartir mesa y mantel en el desaparecido Fogueró de Alcúdia, la obra faraónica de Pep Casas, cantaba que "cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo". Fieles a su estilo, los Marismeños cantaron por sevillanas "algo se muere en el alma, cuando un amigo se va". Ayer, al recibir la noticia de la retirada de la inmensa taekwondista mallorquina, hice el ejercicio de recordar ambas canciones sustituyendo la palabra amigo por la de deportista. En el amplio espectro de las artes marciales nadie podrá llenar el hueco que se produce a nivel balear en concreto, pero también en el resto del mundo donde han aplaudido y admirado a Yagüe en esta especialidad tan difícil, sacrificada y de minorías.

Y algo se muere en el deporte insular, por supuesto. Se va quien ha formado parte de más de una década prodigiosa junto a los Nadal, Lorenzo, Rudy Fernández, Llull, Fullana, Muntaner, Llagostera, Crespí y otros apellidos enmarcados en letras de oro en la galería histórica de nuestros mejores representantes. Y no, esto tampoco pretende ser el clásico reconocimiento facilón a la que abandona. Los homenajes, mejor en vida... deportiva en este caso y por fortuna.

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