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Análisis

No pesan los kilos, sino...

Hace algunos años, no recuerdo cuántos, Ricard Cabot, en su línea, realizó una magnífica entrevista a Toni Nadal en la que ya entonces expresaba su preocupación por los problemas físicos de su sobrino. Ha llovido mucho desde entonces y Rafa Nadal ha conquistado muchos torneos y llevado a cabo gestas importantes que le convirtieron en un ídolo mundial. Ha necesitado no pocas visitas facultativas y la ayuda médica y científica de más de un especialista, pero cumple su duodécimo año en la élite del tenis, una cifra muy significativa. No quiero insinuar que su evidente crisis actual tenga algo que ver con todo ello, si bien es cierto que en el rendimiento de cualquier deportista influyen varios factores, no uno solo. Pero, al margen de cuestiones sobre las que deberían opinar los traumatólogos, se intuye igualmente un cierto cansancio o agotamiento mental. En este punto escucharíamos con enorme interés a psicólogos, como Patricia Ramírez, dedicados a estudiar cómo funciona el cerebro de los grandes deportistas individuales o de equipo. ¿Se le ha olvidado a Rafa jugar al tenis? Seguro que no. ¿Juega al mismo nivel que hace dos años o incluso uno? Pues tampoco. Las causas por las que su derecha va más lenta, pisa menos la pista y, en suma, comete más errores no forzados las conoce él mejor que nadie. Su entrenador, también. Así, visto desde fuera, se nos ocurre, en términos muy abstractos y generales, que tal vez forzó demasiado su carrera al principio, excesivos torneos, publicidad, amistosos, benéficos, etc. Una sobrecarga física y psicológica que a otros les afectará más tarde porque también empezaron más tarde. Dejemos a la ciencia el análisis de los síntomas y, en idéntica medida, su remedio más eficaz. Retirar a las primeras de cambio a un chaval de veintinueve años parece tan precipitado como atrevido. Antes habría que estudiar si esa edad es la real, la que marca su partida de nacimiento, o su cabeza y sus piernas acumulan algunos periodos más. Y aún en el peor de los casos, no le quiten lo bailao. Y a nosotros, partícipes de sus múltiples éxitos, tampoco.

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