Sí, tener miedo no significa ser un cobarde. Tener coraje tampoco da a entender que eres un héroe. Pedir ayuda a un psiquiatra o psicólogo, no significa que estés loco. Ser sincero no quiere decir que seas un santo. Que un día te asustes no es razón para que todo el mundo crea que no puede contar contigo para empresas mayores.

Pero, ¡ojito!, porque lo que dijo Jorge Lorenzo el sábado, después de acabar, probablemente por vez primera en su vida, a más de un minuto del ganador y en el puesto 13º de una carrera, es que tuvo miedo, sí, pero que, además, no fue valiente, no tuvo coraje, no pudo comportarse como el resto de colegas y que, encima, tuvo apariciones de lo ocurrido, el año pasado, en ese mismo escenario. Es decir, sufrimiento, accidente, fractura de clavícula, operación, regreso.

Tal vez, digo tal vez, lo que no quiere decir que tenga la razón, es que el error, la barbaridad, lo ilógico aconteció el año pasado. Es decir, que fue entonces cuando no debió de correr. Y, si hubiese hecho caso a todo el mundo, el sábado hubiera vivido una carrera normal, ganando o sin ganar, subiéndose o sin estar en el podio, pero hubiera sido lo competitivo que ¿por miedo?, yo creo que por respeto, por recuerdo, por memoria, no fue en esta ocasión.

Agradezco como siempre a Lorenzo que fuese tan sincero. Agradezco que no hablase de los neumáticos que no se agarran o no se adaptan a su Yamaha, de su mal estado físico, de sus operaciones invernales, de los rivales, de la pista, de la lluvia, del tiempo, del asfalto para justificar su desastre, que no fracaso, en el gran premio disputado en Assen (Holanda). Pero debería de poner remedio cuanto antes a su situación personal, física y deportiva. No por nadie, no por el deporte, por el Mundial, sino porque un deportista de su nivelazo, que ha demostrado ser el mejor, con mucho y por mucho, de su profesión no puede vivir, ni correr, con miedo.

Y no sé si ese remedio lo va a conseguir solo. Él dice que sí, que ya ha salido de otras solo. No sé si cómo está. No sé.