Sí, cierto, lo de Valentino Rossi es admirable. Más que admirable. Es histórico, es digno de agradecer, es algo que solo aquellos que trascienden, que van más allá de la gloria, de las victorias y los títulos son capaces de hacer. Como dijo el domingo Márquez, "lo de ´Vale´ es, simplemente, amor, pasión, por las motos".

Insisto, lo que está haciendo el ´Doctor´, al margen de perseguir una renovación que se merece solo por el cariño y la devoción que provoca (ya no digamos las carreras que aún protagoniza), es su último homenaje, servicio, a su gente, a todos nosotros. Es a nosotros a quienes está homenajeando Rossi con su maravilloso comportamiento.

Si, cierto, la carrera de Dani Pedrosa el domingo es ´la carrera´. Es el primer desmentido en mucho tiempo, en muchos grandes premios, en muchos años, en muchos mundiales, sobre la evidencia de que su corazón es de plástico y de que por sus venas corra horchata y no sangre-pasión-roja.

Puede, por qué no, que también Pedrosa esté persiguiendo una renovación que no todo el mundo considera que merece (muchos reclaman que a esa moto se suba un joven hambriento), pero su paso hacia delante en las últimas vueltas de Montmeló (en realidad durante todo el fin de semana, pues su ´pole´ también fue un gesto de valor, coraje y determinación) ha de tener continuidad y, sobre todo, concluir con una victoria que ponga fin al dominio de Márquez.

Pero llegados aquí, olvidado, aparcado, ensalzado y venerado hasta el altar supremo del motociclismo (el mundo, de verdad, está que flipa con el chico de Cervera, no nosotros, no, el mundo mundial, todos), el que nos falta es Jorge Lorenzo. Y no está. Se le espera, apunta, asoma, lo ves allá al fondo, pero no llega, no corre, no asusta, no acaba de ser él.

El hombre sin excusas, el hombre que dejó boquiabierto a ese mismo mundo que ahora está rendido ante el atrevimiento de Márquez, el hombre que no ganó uno sino dos títulos, el hombre que resistió y destruyó el muro creado por Rossi, el hombre que superó al mito italiano y se rió en sus narices de la presión que trató de imponerle, vive asustado, arrinconado, temeroso de no ser capaz de superar la versión mejorada del nuevo Valentino Rossi, de nombre Marc Márquez Alentà, para todos, ´il piccolo bastardo´.

Es demasiado fácil decir que Lorenzo solo será Lorenzo cuando deje de pensar en Márquez. Lorenzo debe volver a confiar en él. Ha de volver a aprender a confiar en alguien. Ha de volver a divertirse con los suyos. Ha de ser simpático con todos, disfrutar, agradecer a sus mecánicos esas ocho horas ininterrumpidas que se pasaron el sábado de Mugello currando para él.

Lorenzo, ¡caray!, ha de fiarse de alguien y de todos. "La diferencia entre Yamaha y Lorenzo", me dijo el otro día una persona muy importante del ´team´ Yamaha, "es que, desde que Lorenzo fichó por Yamaha, nosotros no hemos cambiado a nadie, seguimos siendo los mismos, pero Lorenzo ha cambiado a su equipo personal, a su entorno, cada año".

Lorenzo es un superviviente, el hijo de Tarzán, el rey de una selva donde, a medida que cortaba árboles gigantescos a mordiscos, le crecían otros más inmensos, a veces regados incluso con su propio sudor. Y, aún y con todo, ha ganado, se ha impuesto, ha sido el mejor. El hombre sin excusas, el muchacho con el corazón más grande del ´paddock´, no puede seguir hablando de neumáticos y baches en el circuito. No puede. Y menos con el ´Doctor´ haciendo esos carrerones con su misma moto.

Lorenzo ha de saber que nadie le quiere mal. Que todos le quieren y le admiran. No puede comerse el coco con cosas que son mentiras, que no existen. Ha de fiarse de los que tiene a su alrededor porque todos, todos, todos, más los de dentro que los de fuera, lo único que quieren es que sea feliz, que se divierta (sí, sí, aunque él lo niegue, solo divirtiéndose volverá a ser ganador, pues grande, inmenso, ya lo es) y que vuelva a pilotar con la confianza, la fe y la determinación de antes.

Sin ese Lorenzo, sin aquel Lorenzo, ya nada volverá a ser igual. Porque sí, porque Rossi es la repera y Pedrosa puede que lo sea; pero Lorenzo lo es, lo fue, lo demostró, levantó a la gente de sus asientos y ganó hasta generar la admiración que ahora, oyéndole hablar, empieza a marchitarse.

Si yo fuera Lorenzo, me fiaría de alguien y tiraría ´palante´. Pero dejaría de pensar que el mundo me odia, que no me quieren, que me tiene manía, que me consideran un chulo€.porque no es verdad. La gente está deseando, rezando, pidiendo que Lorenzo vuelva. Y que renueve por Yamaha. Y que se deje de cuentas corrientes y cantos de cisne. Si Ducati quiere un piloto, que se gaste sus 12 millones de euros en otro. Lorenzo es de Yamaha. Porque no es Yamaha quien le necesita; somos nosotros quienes necesitamos que el bicampeón vuelva a confiar en los diapasones y los haga bailar a ritmo de victoria.