Cuando por primera vez Nadal se llevó las manos a la espalda ya se intuía que iba a ser una tarde noche de tormenta para el número uno. A partir de ese momento, tercer juego del segundo set, se vio a un jugador mermado, oscurecido y desconocido. No era el Nadal de las grandes ocasiones, sino el deportista que ha padecido un calvario de lesiones a lo largo de su inigualable carrera. Todo lo que llegó después se lo podría haber ahorrado, pero su espíritu competitivo le lleva a obligarse a no retirarse nunca de una pista de tenis, y menos de una final de un Grand Slam. El resultado real fue de 6/3, 6/2, 3/6 y 6/3 para Stanislas Wawrinka. Nunca se sabrá qué hubiera pasado entre ambos tenistas con Nadal en condiciones. Pero los precedentes entre ambos, 12-0 para el mallorquín, con un parcial de 26-0 en sets antes del partido de ayer, lo dice todo.

Nadal realizó un esfuerzo brutal en la ceremona de entrega de trofeos para reprimir sus lágrimas. Tenía motivos para ello. Por su cabeza debió maldecir que de nuevo su físico se haya cruzado en su camino hacia la gloria. Pocas veces lo tendrá tan fácil para sumar otro título de Grand Slam. Delante tenía a un jugador al que ha aplastado siempre. Enfrentarse a Nadal supone para Wawrinka un auténtico dolor de muelas. Por eso lloraba el mallorquín, porque ha perdido la oportunidad de igualar al norteamericano Pete Sampras, presente en las gradas de la Rod Laver Arena, a catorce títulos grandes y acercarse a pasos agigantados a los 17 de Federer.

Desconociéndose si el primer set lo jugó o no en condiciones, lo cierto es que Wawrinka afrontó el partido como un grande. Sabía que si quería tener alguna opción debía adjudicarse el primer set. Era el Wawrinka que derrotó a Djokovic en cuartos y a Berdych en semifinales. Con su servicio de primerísimo nivel y un revés a una mano eficiente, además de ser uno de los más estéticos del circuito. Pese a todo, Nadal tuvo sus opciones. Con servicio para adjudicarse el primer parcial, Wawrinka se vio con un 0-40 que amenazaba su ventaja. Pero en ese momento se vieron los primeros síntomas de que algo no funcionaba en el número uno. Se marcó tres restos flojos, a nivel de entrenamiento, en un momento crítico para la suerte del primer set. Dejó que Wawrinka le igualara y, después, sentenciara esta primera manga.

Enfado de Wawrinka

El segundo set empezó como acabó el primero. Wawrinka rompe el servicio de su rival en el primer juego y se adjudica el segundo sin problemas. En el tercero fue cuando Nadal requirió los servicios del fisioterapeuta tras llevarse la mano a la espalda. El fisio le atiende en el vestuario. Mientras, un Wawrinka fuera de sí, amigo de Nadal, o eso parecía hasta ayer, con quien ha entrenado en multitud de ocasiones, pide explicaciones al juez Carlos Ramos. "Tengo derecho a saber qué le pasa a Nadal", reclamaba al portugués. El mallorquín reapareció en la pista entre abucheos del público, que no se debía creer su lesión. El set transcurría sin sorpresas, con Nadal arrastrándose sobre la pista y Wawrinka acariciando el primer gran título de su carrera. El set finalizó 6/2. "¿Qué faig?", le pregunta el campeón a su tío Toni, que presencia la caída acompañado de los suyos. Decide continuar.

En el tercer parcial se notó una cierta mejoría de Nadal, también propiciada porque Wawrinka perdió los nervios incomprensiblemente. Mejor no le podía ir, pero le entró una especie de vértigo. El servicio de Nadal empezaba a funcionar. Del triste 120 Km/h se pasó a 140, con picos de 180. Esto y su condición de guerrero impenitente le permitieron adjudicarse esta tercera manga. Jugó de forma inteligente. Tenía claro que en sus condiciones solo podía presentar algo de batalla con peloteos cortos y un revés plano, consciente del riesgo que entrañaba.

Pensar en la remontada parecía imposible. Solo en la cabeza de Nadal se podía desentrañar la incógnita. Pero por las huellas que dejaba a su paso -no celebró la adjudicación del set, apenas botaba la pelota en su servicio y no festejaba ni un punto- parecía que el milagro tendría que dejarse para mejor ocasión.

Y así fue. Descartada la retirada -Edberg fue el último que lo hizo en una final de Grand Slam, en Australia ante Lendl en 1990-, decidió intentar la gesta. En el segundo juego, con su servicio, remontó un 15-40 para hacérselo suyo. La igualdad se rompió en el sexto juego, cuando Wawrinka rompió el servicio de su rival. Nadal le devolvió la moneda en el seguiente juego, pero en el octavo, de nuevo el suizo puso el marcador a su favor para sentenciar en el siguiente juego. Levantó los brazos al cielo y se dirigió a Nadal en el centro de la pista. Al ver su rostro, desencajado por el dolor, seguro que se debió arrepentir del ´numerito´ que montó cuando Nadal era atendido en el vestuario.

Wawrinka, que hoy será el nuevo número 3 del mundo, ganó el título rompiendo la racha de 16 Grand Slams ganados de forma consecutiva por el grupo de los cuatro grandes, Nadal, el suizo Roger Federer, el serbio Novak Djokovic y el británico Andy Murray, desde que el argentino Juan Martín del Potro se hizo con el Abierto de Estados Unidos en 2009, cuando ellos llevaban ganados 34 de los 35 ´majors´.

Habrá nuevas oportunidades para Nadal. La siguiente gran cita es Roland Garros, que aspira a ganar por novena vez. Puede ser una inmejorable ocasión para, esta vez sí, sumar su decimocuarto grande e igualar a Sampras. Lo que sí tendrá que esperar es convertirse en el primer jugador en la Era Open (1968) en conquistar un mínimo de dos veces cualquiera de los cuatro grandes. Antes de ese año, solo el norteamericano Roy Emerson y el australiano Rod Laver consiguieron esta gesta. La espalda le jugó una mala pasada al número uno, que lo será como mínimo hasta la temporada de tierra.