Rafel Nadal culminó el domingo, con su segundo Abierto de Estados, posiblemente uno de los regresos a la competición más sorprendentes de la historia del deporte. Cuando el mallorquín levantó los brazos en señal de victoria, y tras fundirse en un sentido abrazo con Novak Djokovic, por su cabeza debieron pasar un sinfín de recuerdos y sensaciones seguramente inexplicables, preguntas que, como él, se debe estar haciendo cualquier aficionado al tenis y al deporte. ¿Cómo es posible que, en ocho meses, esté a punto de volver a lo más alto después de estar apartado de la competición durante algo más de medio año? Posiblemente ni Nadal tenga la respuesta, pero está claro que su sacrificio y su fuerza mental, la que le distingue del resto, han sido un factor determinante para su sorprendente vuelta tras regresar de las catacumbas.

Porque inexplicable es su triunfal regreso a las pistas tras su lesión. Allá por el mes de febrero afrontó el torneo de Viña del Mar con todas las dudas del mundo por si sería capaz de, con el tiempo, llegar a ofrecer la mejor versión de sí mismo.

Momentos de decepción, de sufrimiento, de preocupación, de caídas y recaídas durante 222 días, siete meses de ausencia de las pistas que han supuesto para él un auténtico calvario. Tras eliminar en semifinales de Roland Garros a Novak Djokovic, en una lucha titánica de casi cinco horas bajo un sol abrasador, el manacorí dejó una frase para el recuerdo: "He aprendido a disfrutar sufriendo. Me gustan este tipo de partidos, las sensaciones que provocan. Cuando realmente sufro es cuando debo ver los partidos desde Mallorca por la televisión".

A lo mejor a partir de esta sentencia hay que encontrar muchas de las respuestas por las que su regreso ha sido tan avasallador. diez títulos en doce finales, 54 partidos con 51 victorias y solo tres derrotas, en su primer torneo tras la lesión del tendón rotuliano de la rodilla izquierda, ante el argentino Horacio Zeballos en Viña del Mar; contra Djokovic en la final de Montecarlo y la sorprendente eliminación en primera ronda de Wimbledon ante el belga Steve Darcis, en su único borrón. Todo lo demás han sido victorias: en Brasil, Acapulco, Indian Wells, Barcelona, Madrid, Roma, Roland Garros, Montreal, Cincinnati y el US Open.

Parece definitivamente olvidada la lesión, aunque Nadal va con pies de plomo. Rehúye cuanto puede hablar de sus rodillas aunque siempre recuerda que se ha acostumbrado a jugar con dolor. Lo cierto es que ya hace tiempo que juega sin la cinta por debajo de la rodilla que supuestamente le protegía. Y el único momento desde su regreso en el que hizo dudar sobre su estado físico fue cuando quedó eliminado de Wimbledon a las primeras de cambio. "Todo lo que podría decir de mi rodilla sería una excusa. No quiero hablar de ella, si salté a la pista es que tenía la sensación de que podía jugar". Lo cierto es que durante el partido se le vio sinsu característica agresividad, dubitativo y lento a la hora de ir en busca de las pelotas. En cualquier caso, su tío Toni se mostró duro con su pupilo: "Lo que le falló a Rafel fue la actitud, no encaró bien el partido. La rodilla de Rafel es la misma aquí que en París", dijo. Tras el parón veraniego, llegarían más victorias, en Montreal, Cincinnati y la del lunes en el US Open.

Muy lejos queda su eliminación del torneo londinense, el 28 de junio del pasado año, en la segunda ronda ante el checo Lukas Rosol en cinco sets; su renuncia a participar en los Juegos de Londres por una tendinitis en las rodillas, según explicaba el parte médico, "uno de los días más tristes de mi vida"; o su anuncio a través de su cuenta de Twitter de que tampoco participaría en el US Open. El 17 de agosto se da a conocer que padece el síndrome de Hoffa en la rodilla izquierda, una inflamación en la grasa situada detrás del tendón rotuliano. En septiembre renuncia a las semifinales de la Davis ante Estados Unidos y prolonga dos meses más su regreso. No fue hasta el 20 de noviembre cuando toma contacto por primera vez con una pista de tenis, el principio del fin de su pesadilla