A Joaquín Caparrós se le rompieron los esquemas después de perder ante el Sporting, el pasado miércoles, un partido que tenía ganado y nunca pensó perder. El trauma fué de tal intensidad que ayer no se había recuperado ni de la decepción, ni del golpe y trazó un dibujo que, sobre el césped del Nou Camp, no entendieron sus jugadores, ni siquiera él mismo.

Eran muy pocos días, sólo jueves y viernes, para cambiar la mentalidad del equipo e intentar que algunos futbolistas asimilaran un posicionamiento extraño, con el agravante de no haber previsto que las rotaciones ordenadas por Guardiola –sin Xavi, Cesc, Iniesta, Puyol y Piqué en el once inicial– trastocarían la estrategia defensiva urdida por el técnico sevillano, en la base de cuyo ´trivote´ –Martí, Joao Víctor, Tissone– se empezó a fraguar la debacle.

Cantidad y calidad son términos que muchas veces no encajan. Salir con siete defensas no es sinónimo de defender bien. El Mallorca confió el cierre al paso del enemigo a un ejército numeroso, pero sin armas, ni inteligencia. Sin presión, dejando a cada blaugrana maniobrar a dos o tres metros de distancia de su primer obstáculo. Viendo cómo se pasaban el balón de uno a otro, sin agresividad, sin cometer una falta, sin sentido de la anticipación y, además, sin retener el balón más de quince segundos, no hay quien le aguante media hora al Barça y, de hecho, a estas alturas del lance, ya habían caido tres en la portería de Aouate.

El debut del joven Alvaro, ¡vaya noche para un estreno!, pasa directamente al terreno de la anécdota, pero no el deasaguisado de cambios en la segunda parte que de haber salido de la mente de Laudrup, aún estaríamos estigmatizando. Si las susituciones de Ramis y Martí no respondían a sendas lesiones,

el desbarajuste final, hasta con Pau Cendrós de medio centro, no tiene pies, ni cabeza. Ni justificación alguna.