Cuando el campeonato cumple su primer tercio empezamos a hacernos una idea del potencial que atesora cada equipo y en qué zona de la clasificación luchará, puesto arriba o abajo, el resto de la competición.

No es el caso del Mallorca, del que ni el propio Laudrup parece tener una idea clara de dónde viene y a dónde va. Por otra parte, nada muy distinto a temporadas anteriores en las que tuvo un arranque sensiblemente peor, aunque el final fuera bastante más sereno.

A punto de alcanzar la duodécima jornada, el domingo en el Ramón Sánchez Pizjuán, morbo incluido, no sabemos si ya existe

un Mallorca real o si se prolonga su período de construcción desde un plano experimental que aún puede ser objeto de cambio ante los movimientos de jugadores en el mercado invernal que ya se avecina.

Las labores de contención brillan más en casa que fuera, donde la fragilidad defensiva se hace más patente. En cambio, marcar goles cuesta mucho más en Palma que lejos del Iberostar Estadi. Un cruce entre las dos funciones básicas de todo equipo que se precie cuyo equilibrio se erige en una meta lejana por el momento.

Laudrup no ha dado con la tecla, aunque lo intenta. Toma decisiones más en función de los partidos que por lo que se ve en los entrenamientos. Puede que él mismo no tenga las ideas claras o que en la plantilla no haya mimbres para jugar como él quiere. Aún así que le quiten los quince puntos sumados, porque los hay que no llegan a tanto.