Serra Ferrer tiene muchos asuntos que resolver a corto plazo y uno, fundamental y conceptualmente imprescindible, y que es cambiar la vitola que identifica al Mallorca como un club de paso.

Lo más difícil, que era consolidarle en Primera División, ya está hecho. Hoy son apenas media docena los equipos que pueden presumir de sumar catorce temporadas consecutivas en la máxima categoría. Aún así, estos años de bonanza deportiva no se han aprovechado para desmitificar la modestia del club y ponerlo en el punto de mira de las aspiraciones de los mejores profesionales. Por el contrario, hemos tenido que asumir resignadamente el rol de trampolín que muchos futbolistas han usado para su proyección personal, pero nunca para la del equipo.

En cuanto han llegado las vacas flacas que ahora pastan en torno a Son Moix, como antaño lo hicieran en el Lluís Sitjar, se agrava la situación porque esto no es como la NBA, donde sancionan a un jugador por manifestar su deseo de abandonar el club que le paga. Al contrario, los futbolistas llegan cuando quieren y se marchan cómo, cuándo y dónde les da la real gana.

El tema no se debate en un solo día y una sola columna. Es muy serio y precisa más tiempo y espacio.