La información de la izquierda pone de manifiesto una vez más cómo y en medio de qué penurias funcionan los clubes de fútbol españoles y me temo que la mayoría de los europeos.

Nos encontramos ante una cadena de acreedores y deudores en la que no hay limpio de culpa habilitado para tirar la primera piedra. Puede que el Mallorca termine en un concurso de acreedores. O no. Fue la única de sus empresas que Vicenç Grande no quiso incluir en su expediente. ¿Qué habría pasado de haberlo hecho?

Pero la historia se escribe sobre los hechos acontecidos y no con aquellos que habrían podido suceder. La quiebra voluntaria, en uso de la antigua terminología, solamente servirá como paliativo para cualquier club que se acoja a ella, pero de ningún modo supondrá su cura definitiva ni mucho menos, aunque la reducción temporal de la deuda puede atraer a algún comprador.

Si no se modifica la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, hoy día obsoleta y alejada de la realidad y el Parlamento Europeo, por su parte, no entra a saco en la regulación de los contratos de los futbolistas, en un plazo de uno, dos o tres años, los clubes volverán a declararse en ruina, igual que han hecho una vez agotadas las ayudas estatales con las que saldaron sus deudas del pasado.

El del Mallorca no es sino un caso más de los clubes de la LFP, asociación tan inútil como las demás.