Se enfrentaban el equipo que cayó por cuatro a cero ante el Alcorcón, y el que marchaba por detrás de él en la clasificación. El partido del siglo, como si dijéramos. El editorial conjunto de los diarios catalanes, motivado por la pérdida del liderato del equipo nacional en la Liga, surtió efecto. Aleccionado por la arenga periodística, el Barça impuso su Estatut. Ronaldo gozó de una oportunidad para emitir sentencia en sentido contrario, y anular así la ley futbolística que consagra a Cataluña como una nación. El portugués se inhibió. El amilanamiento denuncia su sueldo público, en cuanto avalado por una caja.

Anoche se disputó el partido del miedo. El Madrid acudió al Camp Nou a no ser goleado –a juzgar por la táctica pellegrina de alinear al siempre desacertado Marcelo–. El Barça se conformaba con disimular las arrugas que le han salido a su juego, y que achacaba a errores de iluminación. Los azulgrana habían llegado al momento en que la gripe A es una bendición porque te ofrece una coartada, como tener la suerte de que tu pareja consiga un amante cuando no sabes cómo dejarla.

Que no padezcan los barcelonistas indignados por nuestro magistral artículo "Guardiola pierde la categoría", cuando es un sacrilegio criticar al primer Obama barbudo. El Barça venció porque aventaja en calidad a su rival. Sin embargo, superó un trámite sin gloria. El año pasado podía ganar a cualquier club del mundo en cualquier esquina de la competición, porque era el equipo volcado al ataque que mejor defendía. Este año puede ganar al Madrid.

El equipo blanco recuerda al Tribunal Constitucional, entre jugadores fallecidos, desfallecidos y caducados, incapaces de alcanzar un acuerdo sobre su misión fundacional. Son ofensivos por inofensivos, fueron una instancia inapelable y hoy van a remolque. Desaprovecharon sus oportunidades sucesivas porque hubieran preferido no disponer de ellas. No busquen infortunio donde se ha instalado una esclavitud voluntariamente asumida. El Madrid acudió a Barcelona a rendir pleitesía, sin un plan preconcebido por si se le cruzaba la oportunidad de romper la racha infausta.

La indecisión madridista reproduce a los once jueces del Constitucional, famosos porque se niegan a dictar sentencia. Por contra, admitamos que se trata de los futbolistas mejor maquillados de la historia. Ni un cabello descolocado, el orgullo de Vidal Sassoon. Su mente se halla a muchos kilómetros del estadio y sus sacrificios. Retienen en exceso el balón porque sólo están pendientes de las cámaras y del elenco completo de Miss España. Cualquier jugador del Madrid supera a Iniesta y Xavi en glamour. Y en nada más.

Como el Barça actual no tiene de qué presumir, entregó al Madrid un manojo de deliciosas oportunidades. Los atemorizados jugadores blancos las desarrollaban con bullicio y estrellaban el balón contra diversas partes de la anatomía de sus rivales. Se les puede imputar crueldad, pretendían lesionarles antes que sortearlos y marcar. El temprano pase excesivo de Kaká a Higuaín resumía la falta de armonía. Florentino contrata a los mejores pianistas, pero les exige que toquen con un martillo. Un Barça-Madrid significa contrarrestar a Ferran Adrià con un cocido.

Omitiremos la superioridad numérica, porque otorgarle al Madrid un jugador de ventaja equivale a concederle una última oportunidad al pavo de Navidad, cuando lo sacamos del horno. Deberíamos reseñar que Pellegrini deambula por su banquillo como un marciano que se ha colado en una fiesta del mismo Obama de antes. Sin embargo, del entrenador ya se encargará Raúl, que en el banquillo tramaba su venganza repasando el papel de Macbeth.

El resultado no daña en exceso la reputación del Madrid, hasta que reparas en las tarifas. Anoche se disputó el partido más caro de la historia, y la factura madridista dobla a la azulgrana. Florentino no dilapidó una fortuna para perder en el Camp Nou por la mitad de goles que el año pasado. Ni para evidenciar que sus jugadores se someterían a la tortura de ser despeinados, antes que atreverse a marcarle un gol al Barça. Ambos clubes aprenderán en Europa que una Liga más débil no te hace más fuerte. Sólo te adormece.