Se ha declarado un pavoroso incendio, pero el fuego no se ha extinguido. Lo que ha ocurrido en el Mallorca es muy grave y no quedará nadie sin chamuscarse o salir tiznado. Mientras los bomberos estudian la situación y deciden por dónde y cómo entrar, los habitantes de la casa andan como locos de un lado para otro, intentando salvar los muebles pero cada uno por su lado. Esta es la percepción de los espectadores que, sobre la acera y desde la calle, contemplamos atónitos, que no incrédulos, la voracidad de las llamas.

Lo natural en estos casos es averiguar qué o quién hizo saltar la chispa, en qué habitación se originó y por qué circunstancia, buscar el foco y analizar las causas de la fulgurante expansión.

Mateu Alemany, dueño del inmueble, todavía no ha digerido el perfil de los inquilinos que albergó. Pero todos nos preguntamos qué sucedía cuando, oliendo a quemado, solamente Manzano, los futbolistas, Nando Pons y algún medio de comunicación, avisaban de lo que iba a pasar. ¿Eramos los únicos con el olfato demasiado fino o es que en los despachos del Ono Estadi había mucho resfriado?

El caso es que este no es el mejor momento para interrogar a los vecinos. Primero hay que vencer al fuego, y me temo que no será a breve plazo, y después que cada uno se exija a sí mismo en función de sus responsabilidades.