Es la gran pregunta que se hace todo el mallorquinismo. Por qué la familia Martí se ha puesto al frente de un avión incapaz de pilotar. Es difícil hacer más el ridículo en tan poco tiempo. Sin haberse cumplido los cien días de su desembarco en la isla, el presidente del Grupo Safín parece que está a punto de arrojar la toalla, que es la postura más inteligente que podría tomar.

Hasta ahora todo han sido buenas intenciones, pero ninguna medida en provecho de un club y una masa social –pequeña pero honrada y con sentimientos– extenuada de tanto despropósito. Qué tendrá el Mallorca que atrae a los personajes más impresentables. Primero fue el ínclito Davidson, un sinvergüenza de los pies a la cabeza; después Carlos González, un tipo de todo menos serio; y ahora la familia Martí, quizá los más malos de la película porque, al contrario que los anteriores, sí dieron el paso definitivo. No tienen dinero, y a medida que pasan las jornadas, aquello de que el papá ha comprado un juguete para su hijo es más real que nunca. Un hijo que ha encadenado un fallo tras otro desde su llegada. Loco por el fútbol, se ha creído el rey del mambo, enfrentándose al entrenador y despreciando al secretario técnico dejándose aconsejar por dos amiguetes que no han empatado con nadie. Por no hablar del trato a los futbolistas, los únicos protagonistas de este invento, de quienes ya huye como de la peste, como se pudo comprobar el sábado en el Camp Nou.

Mateu Alemany también tiene que explicar muchas cosas. Por qué vendió a unas personas de las que ponderó su seriedad el día del traspaso de poderes; por qué no dejó el club en manos de un mallorquín y mallorquinista confeso como Serra Ferrer y el grupo que le apoyaba; por qué se ha jugado su bien ganado prestigio con un paso en falso tan flagrante. Por qué.