Vaya por delante que ni el Barcelona mereció una renta de cuatro goles, ni el Mallorca marcar dos. Ambos proporcionaron un deslucido espectáculo, impropio de un campéon europeo y de un equipo que saltó al Nou Camp más temeroso del nombre de su anfitrión que de su juego.

Guardiola redujo la marcha de los suyos al dejar inicialmente en el banquillo a sus estrellas y los de Manzano no supieron aprovechar el ritmo cansino y ramplón de un Barça en el que Chicrinsky y Piqué tocaban más veces el balón que Ibrahimovic o Henry.

Con tres centrales y los laterales adelantados, el equipo local apenas ensanchó el campo, favoreciendo el excesivo repliegue rojillo que hubiera dado sus frutos de no mediar dos clamorosos errores defensivos que dejaron el lance visto para sentencia antes del descanso. Una pena, porque la noche parecía predispuesta para ofrecer una sorpresa.

El Mallorca, sin contragolpe, pago muy caras las indecisiones de Ayoze y las facilidades de Iván Ramis, porque hasta el minuto cuarenta se mantuvo firme, aunque un tanto carente de ambición.

Ya con Xavi, Iniesta y Messi sobre el campo, un Barça reservón pasó a controlar más la pelota y si bien careció de profundidad, desgastó a un Mallorca voluntarioso pero inefectivo que, pese a todo, no mereció tanto castigo.

La segunda parte debió ser de las peores que se recuerdan en Barcelona en estos últimos tiempos. Valdés y Aouate, casi inéditos. Puede que por mérito visitante o por desidia local. Nunca lo sabremos.