A la una y media de la tarde de ayer les tomaban medidas a los jugadores y entrenador del Mallorca. El traje se lo habían hecho horas antes en su propio vestuario como si tal cosa. Para terminar en manos de los Martí Mingarro no hacían falta las alforjas que nos dejaron Paul Davidson y Carlos González. Al parecer el perfil de los hipotéticos compradores de clubs de fútbol es para entrar en trance o salir corriendo.

Mateu Alemany ha sido tajante al dejar bien claro que él puede aplazar sus cobros, pero el Mallorca no debe ni puede dejar de cumplir con sus compromisos ante terceros. Cualquiera de ellos podría instar mañana mismo un concurso forzoso de acreedores.

El expresidente tendrá que actuar ágil e inmediatamente. Mientras tanto, el Consejo, ya claramente enfrentado a la propiedad, no puede permanecer en silencio sopena de convertirse en cómplice de irresponsabilidad y desahogo, defectos que no por comunes en los tiempos que corremos son menos detestables.

Pagar o no pagar. Esta es la cuestión. También cabe oponerse. Ya no hay ninguna solución ideal. A 900 kilómetros de distancia la propiedad vive alejada de la realidad, como si la película no fuera con ellos o el patriarca del clan hubiera decidido poner fin a sus treinta años ininterrumpidos de veraneo en Palma, cual esgrimió en su día como valor sentimental añadido.