El Madrid está en condiciones de ganar la liga, si el Mallorca no lo impide, porque nadie la ha querido.

En Can Barça se han preocupado más de ocultar las veleidades de Ronaldinho, sus ausencias de los entrenamientos y sus pugnas con Etoo, que de lograr la imprescindible unión de un vestuario esquivo al control de Rijkaard y Eusebio, como su propio nombre indica, Sacristán. De hecho cada uno ha dedicado su máximo esfuerzo a erigirse en líder de la plantilla, antes que a serlo del campeonato, con la aquiescencia complaciente desde el presidente hacia abajo.

El Sevilla, al que hay que atribuir mayor mérito por ser el único que se ha mantenido en las tres competiciones hasta el final, se ha muerto del susto cada vez que se ha enfrentado a la oportunidad de tomar el relevo al frente de la clasificación. Su actuación en el Ono Estadi el pasado sábado fue una clara muestra de su falta de carácter en los momentos decisivos, como ya ocurrió en la primera vuelta en el Ramón Sánchez Pizjuán o, Mallorca aparte, en su afortunada final de la Copa de la Uefa contra un Espanyol diezmado.

El equipo de Capello no ha practicado mejor juego que ninguno de sus dos directos competidores, ni siquiera ha conquistado el lugar que ocupa en la tabla, sino que se ha visto instalado en él sin comerlo ni beberlo. Pero aún así, el técnico italiano podría subirse a la Cibeles el domingo por la noche para reirse a mandíbula batiente de todos los que se han pasado más de medio año reclamando su dimisión o su cese.