Afirmaba Ortega y Gasset que la primera condición para que se hiciera el silencio era hablar. Rafael Nadal lo hizo con su raqueta para acallar a los quince mil parisinos que se han pasado el torneo expresando groseramente su deseo de ver perder al mallorquín.

´Mazinger´ como le llama cariñosamente Alex Corretja es capaz de cualquier cosa. Ayer ganó sin hacer su mejor partido. Aprovechó los numerosos errores de Federer, provocados por la cesión que el suizo hizo no solo de su revés, sino de su frialdad mental.

Conquistar por tercera vez consecutiva la Copa de los Mosqueteros no está al alcance de cualquiera. Son tanos años como los que lleva el Real Madrid sin lograr ningún título, de ahí que el de Manacor invitara ayer a Ramón Calderón a presenciar y celebrar su victoria. De todo se aprende. En este caso a ser tan exigente en la derrota como humilde en la victoria.

La Cibeles bien vale siete días de paciencia a la espera de festejar lo inesperado. París, en cambio, no merecía esta vez ni una misa, aunque Nadal le obsequiara con una tercera cucharada de su liturgia particular con todo lo necesario para repetir dentro de un año. El tiempo también está de su lado.