Carlos Moyá jugará hoy el partido, sino de su vida, si de su final de carrera. Para él es como examinarse de un máster con la salvedad, que no es poca, de no enfrentarse a sí mismo, sino al número dos del mundo, se llame Rafael y sea su paisano y amigo.

El palmesano sale como víctima, que no es mal papel, porque, independientemente del potencial y de la edad, el reto no es el mismo a cinco sets que a tres. En este último supuesto las apuestas por Internet subirían enteros, pero Nadal opone, juego aparte, una capacidad de resistencia física y, sobre todo, anímica poco común.

La moral de ´Moyini´ es mas frágil que la del manacorí, aunque después de Hamburgo y, ahora, París ha debido salir reforzada. No olvidemos que, aunque efímeramente, Moyá ha sido número uno del mundo, un liderato que su rival logrará si no surgen graves contratiempos, pero que todavía no ha saboreado.

Las cosas podrían pintar diferentes si estuviéramos hablando de una final. El cuadro no lo ha permitido, pero el más veterano seguro que afrontará el lance como si lo fuera, pese a que su hipotética clasificación generaría más dudas respecto al color de la presente edición del Roland Garros.

De momento, en la mitad alta, Federer ya ha dado el primer paso. Robredo le aguantó dos sets e incluso le ganó uno, hasta que el suizo sorteó los riesgos y barrió de la pista al español. Le espera Davydenko en semifinales, como Djokovic, revelación de la temporada, seguramente esperará a Nadal.

Este mediodía en la Philip Chatrier, no hay amigos. Ni siquiera conocidos. Aquí no sólo hay puntos y dinero de por medio, como bien apuntaba "Charlie", sino también una buena dosis de prestigio y orgullo personal.

Ocurra lo que ocurra, tanto si se cumple el pronóstico como si no, ambos pueden sentirse orgullosos. Habrá un vencedor y un perdedor, pero el deporte balear siempre saldrá ganando.