No podíamos pedir más que un duelo entre mallorquines en Roland Garros. Si acaso hubiéramos preferido un escalón más y que el cruce entre Nadal y Moyá se produjera como pronto en semifinales ya que el cuadro impedía que lo hicieran en la final.

Un duelo fratricida en lo individual que, sin embargo, representa ante el todo el mundo el momento más feliz en la historia del tenis balear cuyas mejores páginas empezó a arrancar Alberto Tous, después descubridor y mentor del palmesano en sus inicios.

Ni los más veteranos aficionados, ni los expertos, ni mucho menos los advenedizos, especie en extraña progresión, habrían podido imaginar esta confrontación que, por otra parte, cada uno ha alcanzado a pulso.

Carlos ya apuntó en Hamburgo juego suficiente y las ganas que otras veces le han faltado para probar que su efímero y antiguo liderato nunca fue casual. En Alemania le paró Federer, el número uno, y ahora tendrá que ser Rafa, el número dos, ante quien dejará constancia de lo que todavía es.

Cometería el manacorí un grave error si, por cualquier circunstancia o deducción, creyera que lo va a tener fácil. Es evidente que por juventud, carácter, físico y potencia, sale como favorito. Pero,¡ojo!, que de este envite ya ha salido perdedor en alguna ocasión. ¡Lástima que sólo pueda haber un ganador!