Rafel Nadal se llevó finalmente la ´Batalla de las superficies´ en el partido más engañoso de la historia. Por mucho que los protagonistas fueran los dos mejores jugadores del momento, la realidad es una: cuando no hay nada en juego, cuando lo que prevalece o debe prevalecer es el espectáculo -conseguido sólo a cuentagotas-, en una palabra, cuando no existe la tensión que sólo proporciona un torneo en el que te juegas una clasificación, todo suena a pantomima. Y ayer hubo mucho de ella.

Como experiencia está bien. Hay que reconocer el mérito de albergar un evento de esta categoría entre ya dos mitos del deporte, dos megaestrellas que traspasan la frontera del deporte para convertirse en dos fenómenos mediáticos sin parangón. Pero Nadal y Federer son los mejores en tenis. Lo de ayer se le parece, pero está lejos de ser el deporte que apasiona a tantos millones de aficionados.

Tanto Nadal como Federer, que contactaron por primera vez con la pista durante el peloteo, tardaron más de la cuenta en adaptarse a una cancha mitad tierra, mitad hierba, en la que jugaban por primera vez. Los expertos acertaron en un dato: el que jugara en tierra se sentiría más cómodo y, teóricamente, tendría ventaja sobre el contrario. Nadal no pudo poner en práctica su golpe favorito cuando tiene a su gran rival al otro lado de la pista: jugarle al revés alto. Y es que la pelota botaba poco en hierba, lo que facilitaba el juego de Federer, y cuando contactaba con la tierra lo hacía demasiado rápido. Un galamatías al que les costó un mundo adaptarse.

El partido se disputó bajo el guión previsto. No faltó ni una coma. No hacía falta ser muy perspicaz para ver que se agotarían los tres sets -un espectáculo de este calibre, que se celebraba por primera vez y ofrecido a una audiencia potencial de más de setenta millones de espectadores no merecía ventilarse en sólo dos-, y que cada uno de ellos sería muy disputado. El primero, 7/5 para Nadal; el segundo, 6/4 para Federer, y el tercero, como el más esperado número de circo, 7/6 con 12-10 para el mallorquín tras desperdiciar cada uno dos pelotas de partido.

El último set, y sobre todo la muerte súbita fue lo mejor de un partido excesivamente frío. A ello contribuyeron los jugadores, que desde el primer momento demostraron que no había nada en juego. Ni una protesta ante más de una pelota dudosa que hubo; ni un gesto de lamento ante la pérdida de un punto, y sólo uno de alegría -de Nadal- cuando se apuntó el primer set en uno de los puntos más aplaudidos por una afición entregada.

La hierba

La hierba, colocada durante toda la noche anterior por Golf Maioris, agonizaba en los últimos minutos del partido. La pelota apenas botaba, y fue gracias a ello que Nadal se anotó el último punto del partido. Fue en la muerte súbita cuando se vieron los mejores puntos, con los dos jugadores ya metidos en el partido y, sobre todo, aclimatados a una hierba que durante un buen tramo del encuentro respondió mejor de lo previsto.

El partido estuvo muy bien organizado, con una presentación a la americana, con los dos jugadores accediendo a la pista desde las gradas superiores acompañados de modelos exuberantes. Todo muy espectacular. Pero al evento le faltó lo más importante: que los jugadores se lo creyeran. Estuvo falto de sentimiento, de motivación, de ganas de ganar. Parecía darles igual quién se llevara esta primera batalla, porque las auténticas, las reales, están por llegar. En Roma dentro de diez días y Roland Garros a final de mes.

El de ayer fue el primero de los tres capítulos de la ´Batalla de las superficies´. Funcionó porque el público mallorquín respondió, como no podía ser de otra manera tratándose de quiénes eran los protagonistas. Pero parece difícil otro éxito similar porque una segunda edición habrá perdido el encanto de la novedad. Ayer ganó Nadal, que ni lo celebró. Y a Federer la derrota pareció no importarle demasiado.