Me he entrenado concienzudamente para este artículo. Tras leer las 200 páginas de Rafael Nadal, crónica de un fenómeno -de Jaume Pujol-Galceran y Manel Serras-, puedo asegurar que he dedicado a La batalla de las superficies más tiempo que sus dos protagonistas. Por cierto, ¿no debían encabezar los políticos la campaña en contra de la utilización de símiles bélicos en acontecimientos deportivos? El libro citado es un ensayo muy provechoso alrededor del bache en la carrera del tenista mallorquín, aunque el dato más asombroso asegura que un atleta corrió la milla por debajo de un minuto, ¡y en los años cincuenta! Una hazaña irrepetida e irrepetible.

No he leído Rafael Nadal con objeto de entender al mayor deportista que dará España, e incluso Mallorca, en toda su historia -¿conoce usted al médico o al científico equivalente?-, sino para escuchar a Toni Nadal. El creador del monstruo es mi filósofo de cabecera, a la par con Johan Cruyff. Lo más extraño de Nadal es que sea mallorquín, pero me refiero al tío del jugador. Como su más encendido admirador, no me resisto a entresacar sus frases más jugosas. Por ejemplo, cuando le baja los humos a su sobrino, recordándole que no tiene mérito "pasar una bola por encima de la red". Es la misma ironía que utiliza en Barbazul el incomparable Kurt Vonnegut, para relativizar nuestra mitificación de deportistas, pintores y cantantes.

En esta línea, las autoridades de Balears se declaran afligidas por los jóvenes que abandonan sus estudios sin acabar la enseñanza secundaria, para ganar un dinero fácil y consagrar su tiempo libre a la playstation. Sin embargo, el único cometido del Govern era ayer postrarse ante un mallorquín que hizo exactamente eso. ¿Prefiere usted un licenciado en Químicas a un campeón de Roland Garros que sufre en las ruedas de prensa? No duele nuestra ausencia de principios, sino nuestra hipocresía.

En el valioso Rafael Nadal, absorbo otra lección de Toni Nadal. "Para mí, cuanto más lejos esté Federer, mejor. Quienes dicen que quieren enfrentarse a los mejores, no dicen la verdad... o hablan de cara a la galería". Con este manifiesto, ¿qué sentido tenía el circo de ayer?, ¿por qué no planear La batalla de las botas y los bombachos, en que los maestros del tenis juegan vestidos de clown, calzados con zapatos grotescos?

En conclusión, ayer asistimos a la batalla superficial de los euros y los votos, a cambio de 600 millones de pesetas públicas pagaderos en tres plazos. Cada espectador estaba subvencionado por unas 40 mil pesetas, dinero suficiente para enviarlos gratis a la final de Roland Garros,con los mismos contendientes. Algo habremos de decir de Rafael Nadal, el hombre. Atesora las virtudes de las que Matas carece, quizás por eso forman un doble compenetrado. En el primer set pareció que iba a ganar por incomparecencia del suizo, en el tercero ambos decidieron que -puesto que tenían que ducharse- mejor llegar sudorosos a los vestuarios. En medio, la confirmación de que no todos los ases de la NBA saben degradarse a Globetrotters.

Ultima estación, penúltima cita. "Ya me dirás quién se acuerda del segundo. Nadie, Rafael, nadie". Nunca le perdonaremos al entrenador que nos dejara sin excusas, sin nuestro socorrido "en Mallorca no se puede hacer nada". En cuanto al título del libro, Rafael Nadal es el producto, el fenómeno es su tío y, si a esta comunidad le quedara un ápice de sensatez, el presidente del Govern sería Toni Nadal. De momento, él y su clan delegan en Jaime Matas.