Cúper no es el culpable o, al menos, el único responsable del deterioro moral, físico y de juego de la plantilla del Mallorca. Si acaso, se le puede imputar el hecho de haber aceptado una política de fichajes y bajas errática, irregular y tremendamente desacertada, con la que no han conseguido elevar el bajo nivel de calidad de la plantilla que venía heredado de la temporada anterior y que él ya conocía perfectamente.

El argentino se está jugando su currículum y su cotización. Ha cometido errores y ha tomado decisiones equivocadas. Lleva un año al frente del primer equipo y es un período de tiempo más que suficiente para haber contagiado su filosofía a los jugadores. Este es su único fracaso ya que, según sus propias palabras, los equipos son el reflejo de su entrenador y, desde luego en el Mallorca actual, no vemos reproducido ni uno de sus canosos pelos.

Ahora bien, concentrar toda la furia en el inquilino del banquillo no es sino una forma fácil y detestable de no enfrentarse a otras realidades. El Mallorca de esta temporada se ha basado en los mismos jugadores que le llevaron a segunda división, descenso evitado solamente por los deméritos del Levante y no por méritos propios. La ceguera ante tal evidencia llevó en primer lugar a prescindir con alegría de lo poco potable que quedaba en la despensa, como Luis García o Melo, y a llenar los estantes vacíos con adornos en peor estado que los anteriores. El resultado está a la vista.

El drama, por no hablar tan pronto de tragedia, es que habrá que nadar con lo puesto y rezar para que la tormenta no arrecie más de lo deseable. No se vislumbra solución alguna con un hipotético cambio de entrenador, como no lo fue sustituir a Floro en condiciones muy similares, ni vamos a remitirnos a los fichajes de diciembre cuando de los seis llegados once meses atrás se han quedado sólo dos y sin saber para qué.

Vicente Grande está solo, mientras algunos consejeros preparan su discreta huida de la quema. Apela y muestra su fé inquebrantable, pero los aficionados se preguntan en qué hay que creer: ¿en un entrenador perdido, un equipo incapaz o una espesa cortina de humo?.