La selección no sorprende. Presenta encefalograma plano. De hecho el mismo comentario que podríamos haber escrito al inicio de la fase de la clasificación para el Mundial de Alemania, serviría para hoy.

El dato más escalofriante es el de que tengamos que acordarnos de Clemente. Cuando a estas alturas del guión todavía hay que reconocer que la última España con carácter fue la del morrosko, con todos sus defectos y su atrincheramiento alrededor de Hierro, es que hay motivos para sentirse preocupados.

El caso es que, más de un año después de haber sustituido a Sáez, Luis Aragonés no ha conseguido nada. Si un seleccionador tiene tirar que de resultados, entre los que contabiliza meritorias victorias ante San Marino, Bosnia o Lituania, es que ya le quedan pocos recursos, por no decir ninguno. Y si para motivar a sus futbolistas, que tendrían que estarlo ya por el simple hecho de ser convocados, tiene que afirmar que va a disputar el partido más importante de su vida, tan jalonada como la del ´Zapatones´, es que se encuentra en un callejón del que no sabe cómo salir.

España hace tiempo que suspendió el examen de junio, igual que el de septiembre y la convocatoria de febrero. Repite curso sin mejorar sus calificaciones y, en consecuencia, con el riesgo evidente y cada vez más cercano de que no le dejen presentarse al último clavo al que agarrarse: la repesca, que no reválida. Esta última es una laureada añadida; aquélla una oportunidad para los que merecen orejas de burro, sean cuales sean los encopetadas equipos que terminen por acudir a ella.

Alguien me decía no hace muchos días que el fútbol español no evolucionará hasta que los sueldos de sus futbolistas no se igualen a los que perciben en Chequia, Polonia o la mismísima Serbia. El caso es que, visto lo visto, hasta los serbios nos han superado. No sólo es la Liga de las Estrellas la que sobrevive gracias a los extranjeros. Los contratos millonarios de nuestros profesionales también se mantienen en función de un mercado ficticio cuyo valor no se corresponde.