Dos detalles de Ronaldo y Roberto Carlos acabaron con cualquier esperanza de que el Mallorca sacara algo positivo del Bernabéu. Hasta el gol del delantero, en el minuto 32, el once rojillo parecía haber aprendido la lección de dos horas que impartió Cúper en el vestuario. Líneas juntas y no dejar pensar a las estrellas blancas era la receta. Y había funcionado bien, pero como en los cinco encuentros anteriores, el equipo se fue al vestuario con la portería perforada. Ayer, en dos ocasiones. Mal escenario es el coliseo blanco para remontar el vuelo. Por mucho que se haya mejorado en conceptos defensivos, cuando delante se tiene a tal constelación de estrellas, la única duda estriba en saber cuándo llegará el primer gol. Y una vez encajado, sólo queda rezar para que lleguen los menos posibles.

Cúper asumió la presunta inferioridad y planteó un partido precavido, de esos que nacen desde atrás como principal garantía de éxito. Probablemente buscaba un partido paciente, de desgaste, de nublar las ideas del Real Madrid para buscarle después en pleno desespero. Pero el fútbol le dio la vuelta. El equipo de Luxemburgo salió en segunda velocidad, con ese trote que acostumbra, a fin de ir dando velocidad progresivamente al automóvil. Guti, de quien siempre se espera algo diferente, estuvo discretísimo en el primer tiempo, y el Madrid penó con la pelota. El Madrid no se encontraba a gusto. Sin embargo, la falta de juego no significa la carencia de oportunidades. Con Ronaldo, Raúl, Beckham y Roberto Carlos, las ocasiones están garantizadas en cualquier partido, bueno o malo. Tiene una pegada brutal. El Mallorca puede dar fe de ello. Salió goleado. Frente a equipos del corte del Mallorca, colectivos con poco temperamento y defensas de tercera, la poderosa delantera del Madrid termina por imponer su pegada. Es lo que ocurrió a la media hora. Sin hacer demasiado, los de Luxemburgo podrían haberse adelantado en el marcador en un par de acciones, especialmente a los once minutos cuando un remate a bocajarro de Raúl fue abortado por Prats en su mejor intervención de la temporada. Hasta que apareció el de siempre, y el de siempre en el Madrid es Ronaldo, que no perdona. Cada vez que recibió, dio la sensación de ser capaz de sacarle dos metros en cada carrera a Ballesteros, Potenza o quien se le pusiera por delante. Cada vez que pillaba el cuero el brasileño temblaban los centrales rojillos. Ronaldo administra sus intervenciones al máximo, pero cuando arranca es demoledor. El fallo de Potenza, que se abrió de piernas en el disparo del delantero, delató el entramado defensivo que dispuso Cúper. Previsible, desde luego. Prats puso el resto al dar la impresión de que hizo vista. Con el bagaje ofensivo demostrado por los rojillos, daba la impresión de que sobraba la segunda parte. Por si quedaba alguna duda, Roberto Carlos, al filo del descanso, la despejó con un remate espectacular a saque de esquina botado por Beckham.

Con todo decidido, el Madrid se lo tomó con calma en la segunda parte, mientras el Mallorca aspiraba a sangrar lo menos posible. Débil psicológicamente, el Mallorca acusó el golpe del segundo gol, que acabó con sus mínimas esperanzas de sacar algo positivo. Quedó grogui, alelado, frío, a merced del contrario, incrédulo ante lo ocurrido. Le costó al Mallorca jugar con la pelota en el pie. El esférico no le dura nada por lo que se hace imposible llevar un mínimo control del partido. La teoría del maestro Cruyff, tan de perogrullo como incuestionable, de que para ganar hay que ser dueño del balón porque si lo haces tuyo no lo tiene el rival, se hizo patente ayer en el Bernabéu.

De nuevo apareció el equipo frágil, plúmbeo, incapaz y estéril, accesible para cualquier contrario, se llame Real Madrid o Getafe. De naturaleza liviana, los mallorquinistas fueron dimitiendo uno detrás de otro, empezando por Arango, que pierde poderío lejos del área y siguiendo por un Farinós aceptable en labores defensivas pero un cero a la izquierda a la hora de construir. Ninguno de sus pases encontró dueño porque sus centros eran como piedras gigantescas para sus compañeros. Los rojillos se quedaron sin recursos dentro y fuera del campo. No ha habido en las seis jornadas disputadas un suplente que haya arreglado un partido torcido, y lo han sido todos.

Del Mallorca se tenían noticias esporádicas. Luego, más que noticias sólo hubo argumentos luctuosos. Los goles del Madrid caían como en un entrenamiento. Primero Roberto Carlos y después Baptista, que completaba el festival brasileño. El cuarto gol nació de una falta de Navarro sobre Robinho, que se enzarzaron en una discusión absurda. Ballesteros, a quien nadie le había dado vela en este entierro, apareció para hacer de las suyas y acabó en el vestuario antes de tiempo. Una expulsión más del central, que debería hacérselo mirar.

El Mallorca cerró así la jornada como colista, tras un partido que empezó con buenos síntomas y acabó de la peor manera. Nada nuevo bajo el sol.