La precariedad económica de los clubs ha obligado al uso de la imaginación, como sucede en cualquier situación de apuro, para encontrar fórmulas que hicieran posible movimientos de mercado imposibles de atender en tales circunstancias.

La última de ellas, la inversión de empresas y empresarios privados en la adquisición de futbolistas, según anunciaba el presidente del Mallorca no hace muchas semanas. Pero hace tiempo que funcionan otras, como la ficha parcial de jugadores.

Los remiendos, por perfectos que sean, no dejan de serlo. Sin salir de la Isla asistimos estos días a las dificultades que plantea el contrato de Etoo, al que se añade ahora la sanción de la FIFA por el traspaso de Ibagaza al Atlético de Madrid.

Es como si uno no tuviera dinero para comprar un coche y se tuviera que quedar con las ruedas. Usted tiene el permiso de circulación, pero el motor, la carrocería y el equipamiento son de otro. Y ¡hala! a echarle gasolina hasta que llegue el momento de colocarlo en el mercado de ocasión sin ser el propietario.

Claro que los futbolistas no son coches, ni mercancías, sino personas, aunque hayan sido ellos mismos quienes, en su avaricia, hayan consentido ser tratados como tales o, mejor dicho, quieren ser humanos para trabajar menos y objetos para cobrar más.

El siguiente paso será que un club fiche las piernas, por ejemplo de Zidane, y otro la cabeza. Media temporada que juegue con uno y la otra media, con el otro.