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Oblicuidad

Gore Vidal, el mejor polemista cumple cien años

Sin rival en el ensayo y con novelas prodigiosas como ‘Lincoln’, inventó además el formato de la tertulia televisiva

Un centenario con mucho más que ‘Juliano el Apóstata’. | EFE

Un centenario con mucho más que ‘Juliano el Apóstata’. | EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

Marguerite Yourcenar era mucho más que Memorias de Adriano, y Juliano el Apóstata dista de ser la mejor novela de Gore Vidal. Sin embargo, sendas crónicas imperiales lanzadas al mercado con la transición española gozaron del don de la oportunidad y consagraron a sus autores, dos intelectos voraces marcados respectivamente por la reclusión y el exhibicionismo. Acertaron al relativizar el poder absoluto y al celebrar el rescate del paganismo, enlazando así con la audiencia postfranquista.

Vidal no tenía ni un solo vicio privado, porque todos los expuso en público. El amigo de John Kennedy y de Paul Newman, aunque habría preferido ser amante de ambos, hubiera cumplido cien años mañana lunes. El memorial al mejor polemista de los últimos siglos no debe olvidar que sus sarcasmos rechazaban el menor endulzamiento. Entre sus frases célebres, el navajazo al enterarse de la muerte de su enemigo inseparable Truman Capote. «Es una buena jugada para su carrera».

El escritor estadounidense, autor de la primera novela abiertamente homosexual del siglo XX en su país, elegiría ser recordado aquí como un escritor de ficción. Por desgracia, era un ensayista imponente por su cultura, su desprecio a las convicciones y su elevación del cotilleo a una de las bellas artes. El monumental en todos los sentidos U.S.A. caligrafía al «imperio» que denunció, y en Palimpsesto se dio la vuelta a sí mismo en una autobiografía desangrada. Resumía su filosofía en que «muerdo hacia afuera para no morder hacia adentro».

La admiración a Vidal llegaba hasta el extremo de que nos negábamos a confesar nuestra alarma al presentir que exageraba en su demolición de Estados Unidos. En realidad, se quedaba corto y se anticipaba en algunas décadas a la actual atmósfera guerracivilista. Por ejemplo al determinar que «en Washington funciona un partido único con dos ramas, Republicanos y Demócratas, gobernado por una junta petrolera».

Estaba demasiado aferrado a la actualidad para conformarse con ser el Oscar Wilde del siglo XX. Por encima de Juliano, ninguna novela histórica puede aproximarse a su Lincoln, porque no estaba dispuesto a escamotear su falibilidad. Convencido de que «los novelistas ya nunca más serán famosos», otra predicción en la diana, Vidal pensó siempre que su destino era presidir el imperio que retrató con pulso firme. De nuevo, la doble llegada de Trump al trono revalidaba su hipótesis de la frivolidad del cargo.

Gore Vidal carecía de sentimientos, de piedad o compasión, incorporaba a cada halago una dosis de veneno. Sin embargo, la inteligencia que derrochan sus escritos supera ampliamente a la fiereza de duelos personales con, por ejemplo, Norman Mailer. Escritor para el cine y el teatro, pues su fenomenal El mejor hombre pasó de las tablas al celuloide con Henry Fonda, dictaminó que «el guionista es el verdadero autor de una película».

Vidal inventó también el género literario dominante en la actualidad, la tertulia audiovisual. El intercambio de dardos con el archiconservador William F. Buckley Jr. le costó un insulto de «marica» ante las cámaras, pero también revolucionó las elecciones de 1968 y el futuro de la televisión. En cuanto a su legado, «me piden si deseo nombrar un sucesor, un heredero, un delfín. He decidido nombrar a Christopher Hitchens». Por supuesto, murieron peleados en años consecutivos.

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