Crónicas Wagnerianas - 8
«El milagro Bach»

Placa que recuerda al Café Zimmemann. | P.E. M.
«Bach es un milagro», lo proclamó Pau Casals, uno de los mejores embajadores de la música del Maestro. Casals no solamente interpretaba Bach al violonchelo, sino que cada mañana, antes del desayuno, tocaba al piano uno de sus preludios, una de sus fugas o una de sus partitas para teclado. Se lo dijo a Josep Maria Corredor, que lo publicó en un libro maravilloso cuya primera edición de 1955 está agotada, aunque en el año 2012, Edicions de la l·l lo reeditó. Nos referimos a Converses amb Pau Casals.
Desde Bayreuth y vía Nuremberg llegamos a Leipzig, la cuna de Wagner y la ciudad en la que Bach pasó casi treinta años, como cantor o maestro de música de las dos iglesias importantes: la Thomaskirche y la Nicolaikirche. En ambas, pero mucho más en la primera, todavía se respira el espíritu del gran compositor e intérprete. A un lado, casi bajo el campanario, tenemos la imponente figura que representa al Maestro de pie, con una partitura en la mano junto a un pequeño órgano. Obligada parada y obligada la fotografía junto a la estatua que preside la pequeña plaza en la que también se encuentran el Museo Bach y la Fundación Bach, que vela por la conservación y catalogación de las obras del genio, nacido en Eisenach, en la Turingia en 1865.
En el interior de la iglesia, luterana, por supuesto, unos vitrales modernos recuerdan a Bach, Lutero, Mendelssohn y a los caídos en la Primera Guerra Mundial. Frente a ellos, el órgano restaurado que utilizó Bach, con su simétrico escudo superpuesto y que alterna el sonido con el otro instrumento que, situado en el coro, suele acompañar los oficios litúrgicos, sobre todo los que requieren la participación del coro de la iglesia, el Thomanerchor. Por cierto, así como el Festspielhaus de Bayreuth no fue afectado substancialmente por las bombas durante la guerra, pues estaba fuera de cualquier espacio estratégico, la Thomaskirche sí sufrió desperfectos, con lo que tuvo que ser restaurada parcialmente.
En verano no hay ciclos de conciertos en Leipzig, aunque grupos de aficionados, llegados de diferentes partes de Europa, suelen mostrar su buen hacer interpretando, junto a la Thomaskirche, alguna cantata. En Leipzig, en verano, hay turismo, mucho turismo. Por eso, muchos espacios dedicados a otros menesteres se han convertido en cafeterías con terraza en la que se puede comer o bien tomar un café. Normalmente bueno, por cierto. Aquí, en Leipzig, existe una tradición cafetera: el mismo Bach tiene una cantata del café dedicada a ese producto de sobremesa.
Y así como lugares históricos han terminado como bares, uno de los emblemáticos durante el barroco y en el que Bach y otros intelectuales de la época iban a conversar sobre música, ha desaparecido. Nos referimos al Café Zimermann (hoy convertido en tienda de moda), recordado solamente por una placa, en el que se estrenaron algunas obras importantes del repertorio profano del mismo Johann Sebastian, como la Cantata campesina que pudimos escuchar en la Marktplatz o plaza del Mercado, interpretada por un grupo de músicos con instrumentos originales o copias de los mismos. Deliciosa propuesta.
No lejos de este espacio, en el que conviven edificios históricos y otros de reciente construcción, se encuentra el Auerbach Keller, una típica bodega en la que Goethe, que también tiene su estatua junto al edificio de la Bolsa, situó una aventura entre Fausto y el diablo. Unas estatuas y unos murales recuerdan este episodio de la famosa novela.
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