Crónicas Wagnerianas - 4
«Y la luz se hizo»

Tumba de Wagner a Bayreuth. / P. E. M.
Encontrar personas conocidas en el festival de Bayreuth ya no es una rareza, quizás en otro tiempo sí lo era. Amigos del Cercle wagnerià de Mallorca, como Jaume Vaquer o Joan Roca, algunos del Club Wagner de Barcelona, como Josep Mallol, o bien otros que van por libre, como el mallorquín Daniel Danés, solemos quedar en los largos intermedios para conversar sobre la escenografía, las voces, la orquesta y el coro. Un coro, el que canta en las producciones del Festpielhaus, de primer nivel. Si en el campo de las voces solistas y, sobre todo en el de las producciones, puede haber diversidad de criterios, en la calidad de la orquesta y del coro hay unanimidad. Las masas corales que participan en el ciclo wagneriano poseen una potencia, una afinación y una musicalidad difícilmente superables.
En Lohengrin se demostró sobradamente, pues ese título, que bien sirve para entrar en el universo wagneriano, el coro rozó o, mejor dicho, alcanzó, la perfección. Una maravilla. Como la orquesta, que a las órdenes de Christian Thielemann, aquí un auténtico mito, sonó impecable, wagneriana, lenta, explosiva a veces, casi imperceptible en otras. De los fortísimos a los pianísimos, sin bajar en ningún momento el alto nivel. Thielemann es en Bayreuth, un dios. Sus direcciones son aplaudidas por un público que es siempre exigente, basta recordar que cuando hace unos años Plácido Domingo, que había sido muy valorado como tenor, se atrevió a dirigir Die Walküre, la pitada fue de solemnidad; incluso un poco exagerada, diría.
En esta producción que comentamos del «caballero del cisne», como suele llamarse comúnmente al Lohengrin wagneriano, la historia se traslada a un bosque en el que un enorme generador eléctrico ha dejado de funcionar y ha llevado la obscuridad a esos habitantes minúsculos, que no son otros que las luciérnagas y demás bichos voladores. Y es, en este momento, cuando llega el que se convertirá en héroe, el caballero que, no se sabe muy bien por qué, devuelve la alegría y el color a esa comunidad. Envidias, subterfugios, violencia, intrigas y otros bajos modos se dan en esa ópera que encanta y enamora. Estrenada en 1850, cinco años después de Tahnnhäuser y quince antes de Tristan und Isolde, en Lohengrin ya se mencionan los Caballeros del Grial, en particular a Parsifal, que será el protagonista del último de los títulos del compositor nacido en Leipzig y que falleció en Venecia, en el Palazzo Vendramin, aunque sus restos se encuentran aquí, en Bayreuth, en una casa conocida como Wahnfried, de obligada visita para los seguidores del maestro.
Durante esas representaciones de Lohengrin en Bayreuth, en todas ellas, Piotr Beczala debía cantar el papel protagonista; de hecho, así lo hizo, hasta que una indisposición aceleró la sustitución por otra de las voces que tanto gustan al público del Festpielhaus, Klaus Florian Vogt, todo un clásico del ciclo y que solamente (es un decir) tenía prevista su participación en dos títulos de la tetralogía, cantando el rol de Siegfried. No hay duda que Vogt conoce bien el papel, pues lo ha cantado y muy bien en muchos teatros, pero Beczala tenía el valor añadido que ya había estrenado esa misma producción aquí hace unos años y que, además, está entre los mejores (si no el mejor) tenores de su generación y de su repertorio. Basta decir que, en 2018, cuando ofreció un recital en el festival de Pollença, dejó una impresión que, todavía hoy, recordamos con emoción.
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