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Crónicas Wagnerianas - 3

El loco de la colina

Aspecto de la verde colina con el teatro al fondo.

Aspecto de la verde colina con el teatro al fondo. / P. E. M.

«Day after day, alone on a hill The man with the foolish grin is keeping perfectly still»

(Día tras día, solo en una colina/ El hombre con la sonrisa estúpida se mantiene completamente quieto)

Eso cantaban los Beatles en esa obra maestra que es The fool on the Hill, una de sus canciones más conseguidas, breve pero con un acompañamiento de flauta que bien vale la pena apreciar.

Pues de eso, de un visionario, no estúpido claro, va la cosa en Bayreuth: Wagner, el maestro, decidió construir sobre la «verde colina» que domina la ciudad, un teatro para poder mostrar sus óperas. Un espacio único, que mantiene, todos los veranos, el festival más antiguo del mundo, pues, de entre los que se ofrecen y desde 1876 (falta un año para el ciento cincuenta aniversario), verano tras verano, el ciclo ha continuado la tradición a través de propuestas a veces innovadoras, otras de tinte más conservador, pero eso sí: siempre polémicas.

Para unos, las escenografías van más allá de lo que pretendía el iniciador de la saga Wagner que, todavía hoy y no sin entresijos y conflictos dirige ese ciclo que dura poco más de un mes. Para otros, el Regietheater, que no es otra cosa que llevar al máximo los argumentos y los espacios entre los que se mueven las óperas, es un valor añadido que el compositor vería con agrado. En esta última línea debemos situar a la actual directora de ese Bayreuth contemporáneo: Katharina Wagner. Ella ha llevado al extremo la libertad creadora por lo que a directores de escena se refiere, convirtiendo el teatro de la colina en un centro experimental en el que se prueban líneas artísticas que, con más o menos acierto, marcarán tendencia. Ella misma ha firmado algunas producciones, aquí y fuera, como la del Lohengrin que pudimos ver y escuchar hace unos meses en el Liceu de Barcelona, en el que los buenos eran los malos y al revés. La polémica estuvo servida incluso antes del estreno cuando Iréne Theorin se negó a cantar el rol de Ortrud, que, finalmente fue interpretado por Miina-Liisa Värelä, que estos días lo asume también en Bayreuth.

Y la pregunta que nos aparece a los visitantes es: «Y por qué Bayreuth? ¿Qué tiene esa ciudad del estado de Baviera que enamoró a Wagner?»

Según el amigo, matemático y wagneriano de pro Josep Mallol, «Wagner eligió esa colina para poder competir con las dos ciudades musicales de la época, Berlín y Múnich, pues está a medio camino entre ambas».

Así que nuestro protagonista, no el único, de esas crónicas, sabía lo que hacía: poner su ciclo de representaciones en el punto de mira de los aficionados. Y, visto lo visto, lo consiguió, pues aquí se han acercado y se acercan, desde sus inicios, personajes ilustres del mundo de la música y del arte.

Ayer se mostró Parsifal, esa obra mística que reúne en sí misma espiritualidad y leyenda, música en estado puro y exotismo, cristiandad y ecumenismo. Sí, Parsifal es mucho más que una ópera, es un «festival escénico sacro», tal como lo calificó el propio Wagner.

En esta nueva producción, que dirige Pablo Heras-Casado por tercer año consecutivo, se dan cita algunas de las mejores voces actuales para ese último título del compositor: Michael Volle, Tobias Kehrer, Georg Zeppenfeld, Andreas Schager, Jordan Shanahan y Elīna Garanča que alterna el rol de Kundry con Ekaterina Gubanova. Casi nada.

Y volviendo al capítulo de innovaciones, el director de escena, Jay Scheib, ha incluido efectos digitales que solamente son apreciables a través de unas gafas de realidad virtual que distorsionan, más que ayudan a entender, el contenido de la producción. De hecho, muchos de los espectadores prescindieron de ellas al poco tiempo de haber empezado la sesión. Cosas del regietheater.

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