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Crónicas Wagnerianas - 2

Nuremberg, el pintor y el zapatero

Casa de Dürer en Nuremberg.

Casa de Dürer en Nuremberg. / Ingimage

Desde el aeropuerto de Nuremberg, por un módico precio y pasando por la estación central de la ciudad, el viajero puede llegar en tren a muchos de los pueblos de Baviera y de la Franconia.

Bañada por el río Pegnitz, que también da nombre a una ciudad cercana, en la que nacen las aguas, Nuremberg tiene múltiples historias que la relacionan con la Justicia (aquí en mayúsculas), el patrimonio histórico, el arte, el trabajo gremial y, como no, la música.

Sus murallas medievales, de más de cuatro quilómetros y a las que se puede subir sin problema, salvaron del saqueo las reliquias del Sacro Imperio, que fueron guardadas en el Castillo de Kaiserburg, uno de los puntos clave de la ciudad, con su Torre Simwell, a la que se puede subir a través de ciento trece escalones; desde allí, la vista es de postal

Pero no solo esas piedras tienen valor patrimonial, también sus calles y casas le dan un aire ancestral al casco antiguo, reconstruido después de la segunda guerra mundial y en el que entre sus construcciones están las de los antiguos talleres artesanales, hechos de madera, naturalmente, que todavía albergan el buen hacer de los curtidores de pieles, que dan nombre a su propia calle, la Weißgerbergasse.

En Nuremberg, a cualquier hora de la mañana, es fácil encontrar, en alguna de sus iglesias, pero sobre todo en la de Nuestra Señora, del siglo XV, situada en la plaza central de la ciudad, algún organista ensayando el concierto que realizará por la noche. Los sones de la trompetería organística y el que acompaña las figuras del reloj mecánico, sirven de banda sonora al ir y venir de múltiples personas que cruzan la plaza, en la que es imposible no quedar maravillado por la ornamentada fuente.

El arte, la pintura en concreto, de los siglos XV i XVI tiene aquí, en Nuremberg, a uno de sus más claros exponentes: Albrecht Dürer, uno de los grandes del Renacimiento alemán. Si bien pueden encontrarse cuadros suyos en diferentes espacios de la ciudad, es en la casa donde habitó durante veinte años donde se encuentra el espíritu del maestro: un edificio de 1420 que permite sentirse transportado a la época en la que el artista realizaba sus grabados y pinturas más famosas como el Autorretrato que hoy está en la Pinacoteca Antigua de Múnich, la Liebre joven, que se guarda en el Museo Albertina de Viena o Adán y Eva que podemos ver en el Prado.

Y de la pintura a la música, otro elemento clave de esa ciudad. Nuremberg es la sede estable de una orquesta Sinfónica que ha tenido, entre sus directores titulares, nada menos que al propio Christian Thielemann, que en unos días nos encontraremos dirigiendo Lohengrin en Bayreuth. Y sin olvidar el Teatro de la Ópera, uno de los mayores de Alemania, al estilo Art Nouveau, construido a principios del siglo pasado por Heinrich Seeling, el arquitecto que planeó los planos de otros teatros importantes como los de Freiburg, Frankfurt, Essen o Halle, ciudad, ésta, cuna de Haendel y a la que nos referiremos en una próxima crónica.

No podemos cerrar este capítulo sin referenciar la figura de Hans Sachs, el ilustre zapatero y cantante, amigo de Dürer y al que Wagner convirtió en el protagonista de la ópera Los maestros cantores de Nuremberg. Sachs es el autor de una canción Silberweise que fue transformada en himno luterano por Philipp Nicolai y que Bach utilizó para la cantata Wachet auf, ruft uns die Stimme.

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