Sabina, emoción al rojo vivo en su despedida de Mallorca

«Palma es un lugar muy especial que acelera especialmente mi corazón», confesó el cantante del bombín al inicio de su actuación, en un Son Moix que vibró con todos sus grandes éxitos

Palma

Tras la proyección del videoclip oficial de Un último vals, ese guiño canalla al mundo dirigido por Fernando León de Aranoa, se desató la pasión, primero con Lágrimas de mármol, y a continuación, con una confesión de Sabina ya sobre el escenario: «Palma es un lugar muy especial que acelera especialmente mi corazón».

Vaya por delante que Sabina, en la presentación del Vinagre y rosas, uno de sus mejores discos, le confesó a este periodista, allá por 2009, que aquella probablemente era la última gira de estadios y plazas de toros «porque cada vez me apetece más que la música no sea un pretexto para reunirse la tribu y cantar odas a los campeones del mundo de fútbol». Ayer, Joaquín Ramón Martínez Sabina, el campeón del cuento cantado, el que lo niega todo, incluso la verdad, le dijo adiós a su tribu palmesana, a su segunda tierra, Mallorca, donde trabajó, se casó y en la que cumplió, a finales de los años 70, con los deberes militares de la época. Y lo hizo con una despedida en la que el indómito vividor se rindió ante un Son Moix que cantó, gritó, susurró y bailó todas sus canciones, desde el respeto, el corazón y la entrega absoluta.

La de ayer fue una noche de despedidas pero también de estrenos, el de la alianza entre el Grup Trui y el RCD Mallorca, un matrimonio empeñado en que el mallorquinismo se abra a la sociedad, y qué mejor manera de hacerlo que con el autor de La canción más hermosa del mundo colgando el cartel de «entradas agotadas» en un Son Moix que colocó el escenario en mitad del campo, con solo medio estadio dedicado al concierto.

A sus 76 años, Sabina está de vuelta de todo, o de casi todo. «No me voy, me despido cantando», ha dicho en más de una ocasión durante esta gira, con la que rinde un homenaje a su carrera y brinda una carta de amor a su público. Unos espectadores, de todas las edades y procedencias —fueron muchos los latinos que se desplazaron al estadio— que ayer no dejaron de retratarle, con el móvil al viento, sabedores de que esa imagen quedará para siempre, para la eternidad, como una reliquia.

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