Fotografía

Dos fotógrafos mallorquines retratan el estado fantasma de Transnistria

Fascinados con los mundos que desaparecen, Jacobo Biarnés y Mateu Fiol estuvieron recorriendo este antiguo enclave soviético, situado entre Moldavia y Ucrania, en pleno corte del suministro de gas por la guerra con Rusia. Su experiencia habla de un pueblo acogedor que solo quiere vivir en paz y que hoy parece no importar nadie

Dos mallorquines retratan el estado fantasma de Transnistria

Guillem Bosch

Mar Ferragut Rámiz

Mar Ferragut Rámiz

Palma

El afán de conocer lo efímero, de retratar los mundos que desaparecen y de visitar lugares alejados de la masificación y la omnipresente mercantilización (como Mallorca, “donde todo es un producto”) ha llevado a los fotógrafos Jacobo Biarnés y Mateu Fiol a Transnistria, antiguo territorio soviético y hoy estado ‘fantasma’ entre Moldavia y Ucrania.

En 1990 Transnistria se autoproclamó independiente de la entonces República Socialista Soviética de Moldavia. Tiene alrededor de medio millón de habitantes, en su mayoría de ascendencia rusa y ucrania, aunque la cifra va bajando: los jóvenes se van.

El pasado 20 de enero Biarnés y Fiol llegaron al país, justo cuando por ley se acababa de prohibir el uso de la denominación Transnistria en favor de la nomenclatura rusa, Pridnestrovia. Entraron en pleno invierno y en un momento de constantes apagones eléctricos y de gas después de que Ucrania cortara a Gazprom el uso del gasoducto que pasa por su territorio. Tras pasar 48 horas recorriendo sus paisajes, la visión de los dos mallorquines no encaja con la de algunos cronistas que hablan de inseguridad y de un fervor generalizado por Putin en sus calles: «No vimos ni una foto suya, nada: hay pro-rusos, pero la gente tiene su criterio». Retratos de Lenin, sí. De Putin, ni uno.

Su experiencia habla de un pueblo amable y congelado (casi literalmente) en el tiempo y que solo quiere vivir en paz: habitantes de un país fantasma y huérfano que hoy por hoy no interesa territorialmente ni a Rusia ni a Moldavia, explica Fiol. Estudiante de Derecho y graduado en relaciones internacionales, conoció a Biarnés en el estudio de fotografía que éste tiene en Palma y descubrieron su interés común por documentar estos países que irán desapareciendo sin que muchos occidentales fueran conscientes ni de que existían.

El nombre de Transnistria quizás sí suene a algunos después de que en 2021 el Real Madrid perdiera un partido de la Champions contra el el Sherrif, su club de fútbol más importante, propiedad del grupo empresarial del mismo nombre, fundado por dos exmiembros del cuerpo policial soviético que hoy controlan allí multitud de negocios.

Pese a este ‘momento de gloria’ en Europa, en general a Transnistria nadie de aquí la conoce, nadie en el mundo la reconoce y nadie de allí la ambiciona: «Rusia no aspira hoy a su anexión porque prefiere tenerla de rehén para controlar la política exterior de Moldavia», resume Fiol, «y Moldavia tampoco tiene interés en recuperarla porque para entrar en la UE no quiere posibles elementos desestabilizadores».

Gracias a un documental obtuvieron el nombre de un guía: Andrei Smolensky. Milagros de internet, lograron dar con el que se convertiría en su ‘fixer’. Volaron a Rumanía y después tocó autobús a Chisinau (capital de Moldavia) y otras dos horas más de carretera hasta el simbólico puesto fronterizo. La policía de Transnistria controló su visado y les autorizó a estar 48 horas al acreditar que tenían alojamiento. Solo una indicación: no está permitido fotografiar las infraestructuras energéticas.

En media hora estaban en la capital, Tiráspol. En Transnistria se habla ruso, ucranio y moldavo. La moneda es el rublo transnistrio. Todo parece de otra época y hay síntomas del desvanecimiento de la región, como los enormes bloques de pisos totalmente vacíos y abandonados, pero sus habitantes están conectados y saben qué pasa en el mundo.

Smolensky les alquiló una casa y los llevó de aquí para allá en su Dalma de gas por unos 200 euros. En total hicieron unos 400 kilómetros. Desde el coche veían la trinchera de valla metálica y alambre de espino que atraviesa el país desde el inicio de la guerra de Ucrania. El conflicto no les ha salpicado, pero la trinchera ahí está. En las calles y en las rotondas hay puestos de soldados rusos en las llamadas ‘peace keeping zones’.

¿Sintieron peligro? No, dicen categóricos, renegando del tono épico de las cónicas de algunos periodistas e ‘influencers’ que promocionan viajes fuera del circuito usando la decadencia y/o el supuesto riesgo como gancho. El único momento en que levantaron una ceja fue la primera vez que pararon en una gasolinera: «Te hacen salir del coche y separarte un poco mientras cargas». Eso sí, ¿fumar mientras repostas? Sin problemas.

Biarnés destaca el sentimiento de comunidad que percibieron, con ciudadanos que no ensucian la calle, pagan el billete de bus al que no tiene... A ellos en una cafetería les invitaron porque no les llegaba el dinero y un día que fueron al gimnasio para que Fiol entrenara con los parroquianos (alumbrados con baterías y las linternas del móvil), Smolensky usó parte de lo que había cobrado como guía para pagar la cuota a chavales del barrio.

Después de Transnistria, ahora quieren viajar a Abkhazia, estado fantasma dentro de Georgia (donde ambos ya han estado). Sus pasaportes reflejan su paso por Rusia (Biarnés estaba en Moscú cuando estalló la guerra y padeció lo que llama «rabietas contra occidente» al ser expulsado del Hermitage en teoría por no llevar la vacuna Sputnik y al vetarle el acceso a monumentos como la tumba de Dostoyevski) o Armenia (donde estuvo Fiol en 2023, en pleno conflicto entre Artsakh y Azerbaiyán).

Ellos seguirán intentando, cámara en mano, llegar a estos rincones ignorados por el mundo: «Es un deber inmortalizarlos».

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