El divulgador de arte Miquel del Pozo: «Enrique VIII se hizo un Tinder particular para elegir esposa»
El conferenciante de la fundación Amigos del Museo del Prado y colaborador del programa de radio La Ventana, de Carles Francino, ofrece en CaixaForum Palma cinco charlas sobre el retrato en el ciclo ‘Rostro, máscara e imagen’
«La técnica no es lo importante, sino la mirada de quien hace el retrato y lo que logra transmitir»

Miquel del Pozo, este sábado frente a CaixaForum Palma antes de su primera charla / Guillem Bosch
En Palma hemos estado una semana hablando de los retratos de Sant Sebastià por una polémica con un cartel de las fiestas. ¿Hay interpretaciones artísticas que no pueden ser válidas?
Todas son válidas. Los artistas tienen libertad para crear lo que quieran, evidentemente, y tenemos que reivindicarlo. El problema en este tipo de polémicas siempre está en la mirada, en quien observa, lee o escucha una creación artística y se siente ofendido por lo que sea. En el caso de San Sebastián, a lo largo de la Historia ha sido representado desnudo o semidesnudo, dentro de un entorno cristiano, aunque de forma que puede entenderse como sensual. Algunas imágenes eran tan sensuales que había mujeres en la Florencia del siglo XV que, cuando acudían a la iglesia a confesarse, le reconocían al cura que la figura de ese santo que tenían en el templo les despertaba sentimientos que no eran los más apropiados dentro de una iglesia. Cuando estamos ante una imagen, de alguna manera nos encontramos ante una presencia y puede provocar sentimientos.
¿Por qué nos fascinan tanto los retratos?
Relacionado con lo anterior, es porque nos ofrecen la posibilidad de contemplar a una persona que no está. Tenemos la sensación de que la estamos viendo, pero sabemos que no es así y en muchas ocasiones los retratos son de gente que ya no existe, sobre todo en los museos. Esta presencia de una ausencia es seguramente el origen del retrato. Con toda probabilidad, los primeros se hicieron por eso, para intentar conservar a lo largo del tiempo la apariencia física de una persona, puede que de un ser amado.
¿Cuál es el más antiguo?
Se calcula que tiene 26.000 años y está hecho con marfil de mamut. Los arqueólogos creen que es el más antiguo porque no representa un dios, sino la cabeza de una chica. Solo mide lo que un pulgar, es muy pequeño. Seguramente había otros anteriores pero no los conocemos. Los antiguos se inventaban mitos para explicar de dónde procedían las cosas y tienen una historia muy bonita con la que relatan el origen del retrato. Dicen que en la época romana dos amantes pasaron su última noche juntos antes de que él se marchase a la guerra y, cuando su sombra se proyectó en la pared por la luz de una vela encendida, ella cogió un carboncillo para seguir el perfil de la sombra. Al apartarse, quedó dibujado. De este modo ella conservó la huella de aquello que suponía que perdería.
¿Cambian las razones de hacer retratos desde los orígenes hasta los de hoy en día?
No mucho, como quiero mostrar en este ciclo de conferencias. Un motivo evidente, del que hablo en la charla del lunes, Més enllà de la mort, es que nuestra imagen nos sobreviva. Otra razón es que haya una representación física de alguien vivo que no está en un determinado lugar, como por ejemplo el retrato oficial del rey en las instituciones públicas, dándonos a entender que también está allí. Antiguamente eran pinturas en vez de fotos, pero el retratista oficial tenía que hacer muchas iguales para enviarlas a los territorios que tenía el reino. Hay una anécdota divertida de un Papa que al no poder asistir a la boda de una familiar en Florencia, mandó un retrato de él y las crónicas de la época cuentan que el cuadro fue ‘sentado’ en la mesa del banquete.
Ahora nos hacemos selfis.
Sí, y colgamos los retratos en las redes sociales, aunque lo hacemos porque se inventó la fotografía. Si existiesen internet y las redes pero no la fotografía –que podría haber ocurrido porque son tecnologías distintas–, nos las ingeniaríamos para subir dibujos o pinturas al óleo a Instagram, por ejemplo. Antiguamente hacían cosas muy similares a las nuestras. La aplicación Tinder suena a algo muy actual y resulta que el rey Enrique VIII de Inglaterra se hizo un Tinder particular para elegir esposa. Cuando murió una de las seis que tuvo y se puso a buscar la siguiente, lo que hizo fue enviar a su pintor, Hans Holbein –uno de los mejores retratistas de la época y la Historia–, a diferentes lugares de Europa para que hiciese retratos de las candidatas. Holbein le mandaba las pinturas a Londres y el rey iba escogiendo si le gustaban o no esas mujeres, como en el like de Tinder. Se conserva la pintura de la elegida, con la que terminó casándose, y el retrato oficial de la boda.
Con un círculo y dos puntos o un seis y un cuatro, el retrato es lo primero que dibujamos cuando somos niños. ¿Por qué?
Así es, por su sencillez. Pero lo curioso y fantástico es que esta simplicidad del dibujo, dos puntos, dos manchas de tinta, se convierten en los ojos. Tienen esa fuerza. Por este motivo, además de los retratos realistas, hay otros realizados con cuatro trazos que también tienen algo magnético, una presencia. En realidad son solo unas líneas, un pigmento puesto en una tela, pero dan la sensación de que se trata de una persona que está ahí.

B. Ramon
La cara es el espejo del alma, pero ¿puede captarla un retrato?
Puede intentarlo, aunque el arte, por mucho que nos pese, solo se queda en la apariencia. En la visita a la exposición de CaixaForum nos ponemos delante de rostros y no sabemos nada de ellos, como por ejemplo si eran buenas o malas personas. Algunos incluso, por su fisonomía, dan pie a imaginarte un tipo de personalidad y resulta que son todo lo contrario. Tenemos la cara que tenemos, aunque lo que deberíamos trabajar es el interior, que es lo que realmente cuenta.
¿Las Meninas o La Gioconda son el culmen del «diálogo imposible» que tratará en una de sus charlas?
En el primer caso sí, pero la obra de Leonardo da Vinci no reacciona ante mi presencia, a pesar de que me mira. Algunos artistas, como Velázquez en Las Meninas, Vermeer en La chica de la perla o Rembrandt con Los síndicos, consiguieron esa especie de diálogo al pintar rostros que parece que reaccionan porque nosotros estamos delante mirando. Es como si ellos nos hubiesen visto de repente y respondiesen.
¿Por qué mucha gente continúa retratándose para trascender?
Porque nuestro paso por la vida es efímero. Somos tan conscientes ahora como hace 26.000 años y el retrato es símbolo de pervivencia. La diferencia radica en la tecnología y cuando se desarrolle el 3D o los hologramas, los motivos serán los mismos. Durante muchos siglos hubo dudas y debates sobre cómo se representaba mejor una persona, a través de la pintura o la escultura, y no se ponían de acuerdo. Llegó la fotografía y lo desbarató, porque es una imagen exacta. Sin embargo, es plana, por lo que sigue sin ser una imagen real. Cuando lleguen los hologramas, habrá reproducciones exactas de personas.
Puede que Velázquez gane a los hologramas.
Claro. Al final la técnica no es lo importante, sino lo que se logra transmitir. Algunos artistas han hecho retratos extraordinarios con lápiz y papel, que no se superan por el hecho de tener un teléfono móvil. O sí, dependiendo de quién lo haga. Aquí lo importante es la mirada del que realiza el retrato.
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