Oblicuidad
Las obras maestras dan paso a las obras benéficas
Delirios anarcoides como ‘Emilia Pérez’ o comedias burguesas como ‘A real pain’ (’Resacón en Varsovia’) incluyen una moraleja

Con un campo de concentración, el guiso de ‘A real pain’ es inviolable.
A ningún cinéfago digno de tal nombre se le ocurriría leer una sola línea sobre una película antes de verla. Por cierto, también está prohibido asistir dos veces a un estreno, repasen su Pauline Kael. Pese a la abstinencia obligatoria, espigo las docenas de entrevistas que ha propiciado el debut de Desmontando un elefante. Este somero análisis previo se debe a la vacilación, a la necesidad de confirmar que la delicada empresa del viaje a la sala merece la pena. Tropiezo con decenas de titulares sobre la plaga del alcoholismo, la difícil recuperación, la incomprensión social. Ni un solo texto pseudopublicitario se detiene en el cine como artefacto de entretenimiento.
El mensaje que trasladan los promotores de Desmontando a un elefante es que no va a interesarte lo más mínimo, pero tienes la obligación de verla salvo que quieras pasar a la historia como un desalmado insensible. Y conste que mi vida tendría sentido si hubiera conocido a Emma Suárez, ante la que me he extasiado durante horas felices. Pero el cine exime de la solidaridad pedagógica. O eximía.
Las películas sobre adicciones tienen sus días. Verbigracia, los Días sin huella de Billy Wilder, los Días de vino y rosas con Jack Lemmon o los Días contados de Javier Bardem. Es incluso posible que estas películas dolorosas me enriquecieran, en el mismo sentido en que lo logró Rocky. Salvo que hoy se trata de renegar de cualquier índice o indicio de satisfacción. Pagar para sufrir se llama masoquismo.
Las obras maestras dan paso lentamente a las obras benéficas, no te atreverás a maldecir la insustancial La zona de interés porque contiene un campo de concentración. El nazismo como coartada o coacción parecía agotado, pero Hollywood reincide con A real pain, juego de palabras entre el literal Un dolor real y el implícito A real pain in the ass, o Un grano en el culo. Este juego de palabras asomaba irresistible, por no hablar de la oportunidad de contemplar desatado a Kieran Culkin, que en Succession solo se ve superado por el inaccesible Jeremy Strong.
La frustración es perfectamente descriptible, al comprobar que A real pain incluye una visita al campo de concentración polaco de Majdanek, un truco que convierte a la película en inviolable. No nos dejaremos intimidar, y el duelo de baja gradación entre Culkin y su somnoliento primo Jesse Eisenberg debería titularse Resacón en Varsovia. En la visión más moderada, es un remake frustrado de Entre copas, más alcoholismo.
El arte exige con urgencia una liberación. Revestir de moralejas indigestas a delirios anarcoides como Emilia Pérez o a comedias burguesas como A real pain conduce a la extinción. La pandemia beata se propaga a otras disciplinas menos interesantes, como la literatura. Las escasas excepciones no invierten la regla, intente recordar el último libro o escritor que critica a Amazon. La redención está en el Cuchillo de Salman Rushdie o en las obras completas de Houellebecq. Gracias a su rebelión contra las pamplinas, mantienen abiertas las compuertas de la capacidad de sorpresa. Incluso se les puede disculpar que de vez en cuando introduzcan un campo de concentración.
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