Entrevista
Juan Gómez Bárcena, escritor: "El individualismo, ligado al capitalismo, nos ha llevado a la mayor experiencia de soledad de la historia"
El autor de 'Lo demás es aire' publica 'Mapa de soledades', un ensayo literario sobre la mayor epidemia del siglo XXI
Elena Hevia
Tras algunas novelas imprescindibles, ‘El cielo de Lima’, ‘Ni siquiera los muertos’ y, especialmente esa joya que es ‘Lo demás es aire’, Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) se ha lanzado a establecer la geografía de una experiencia privativa del humano: la soledad, eso que podemos percibir tanto en la intimidad del yo como en compañía. Su ensayo literario ‘Mapa de soledades’ (Seix Barral) establece un pantone de esos sentimientos en el que cabe el enloquecimiento obsesivo del escritor uruguayo Horacio Quiroga enfrentándose a la selva; Robinson Crusoe, por supuesto; Miley Cirus ansiosa en su camerino; el migrante alejado de los suyos; los hikikomori japoneses ante la pantalla o una clase de ballena que canta en una frecuencia que ninguna de sus congéneres puede captar. Y no, esto no es una tesis sino un compendio de vivencias. Cómo hay que hay que aprender a disfrutarlas o saber cómo evitarlas es otro cantar.
¿Le interesaba el tema porque se considera particularmente solitario?
Tardé en darme cuenta de que me interesaba. Fui recogiendo historias de personajes concretos. Muchas veces escribir es eso precisamente, entender los patrones de tu pensamiento. Yo no soy extraordinariamente solitario. Me muevo todo el rato en el filo del “debería tener más amigos” y el “debería de ser menos huraño”, o quizá el “debería estar más tiempo solo conmigo mismo que es como estoy a gusto”.
Para escribir este libro llegó a ingresar unos días en un monasterio.
Ese fue el último capítulo que escribí y lo dejé para el final porque sentía que no me veía capaz de hablar sobre el tema sin haberlo experimentado. Por supuesto no he vivido una experiencia monástica. Lo mío, más bien, fue algo turístico-monástica. Tuve una conversación con uno de los monjes sobre cómo sentir el vacío y el silencio. Para él aquello era su vida y hablar conmigo, un paréntesis. Para mí fue exactamente lo contrario.
Sostiene que las ciudades son las grandes creadoras de soledad.
Claro, porque con las primeras ciudades empezó el anonimato. Eso tiene su vertiente positiva porque cuando alguien no es reconocido quizá sea más libre, pero al mismo tiempo puede sentir que es invisible. En comunidades pequeñas la gente se conoce y se establecen relaciones. Quizá sea paradójico que en un lugar muy poblado uno pueda sentirse solo, pero tener cerca cuerpos desconocidos y no tener ningún vínculo con esas personas a menudo constituye una experiencia de soledad.
Eso ha llevado a que algunos países como Gran Bretaña o Japón hayan creado un Ministerio de la Soledad. Es estremecedor.
La soledad es, de hecho, un problema económico. Las personas que viven solas tienen una esperanza de vida menor y resultan más caras al sistema sanitario. Pero además, a mayor soledad, mayor índice de insatisfacción ciudadana. Las estadísticas dicen que Londres es la ciudad mas solitaria del mundo.
La filósofa Hannah Arendt sostenía que soledad y aislamiento no son lo mismo. ¿La distinción es importante, no?
Sí, para ella el aislamiento era un objetivo del poder totalitario y manipulador, capaz de crear lo que ella llamaba archipiélagos en los que los individuos están alejados unos de otros pero al mismo tiempo no dejan de formar una constelación. En esas circunstancias somos particularmente manipulables. Arendt asegura, y yo estoy de acuerdo, que el sostén de los totalitarismos son personas eminentemente aisladas, y no solo eso, sino desoladas, una desolación creada por el poder.
¿Esa idea se puede trasladar a las redes sociales?
Con sus diferencias, pero sí. En las redes nos movemos en burbujas independientes con opiniones cada vez más atomizadas, lo que lleva a una mayor dificultad para conversar con quien piensa diferente, y eso me parece peligroso. Cuando alguien dice: “si a Menganito le tengo que explicar esto, ya no tenemos nada de qué hablar”, yo entiendo por dónde va el argumento, pero precisamente es con esas personas con las que deberías hablar, porque si no hay distancia ideológica en una conversación, el beneficio de ésta será probablemente menor. Esto hace que cada vez seamos más reacios a entender posiciones ajenas y que nos encontremos más en la atomización de la que hablaba Arendt.
¿Es el XXI el siglo más solitario?
Yo diría que sí. Lo dicen los sondeos de opinión. También estamos en la sociedad más individualista de la historia y ese individualismo ligado al capitalismo nos ha llevado a la mayor experiencia de soledad. Además se nos vende un modelo según el cual somos independientes y responsables de todo lo que nos sucede. Nos obligan a ser felices y esa felicidad supuestamente está en nuestra mano. Así es normal que todos estos discursos no lleven a una experiencia de insatisfacción. Esta sociedad cada vez más diluye los lazos familiares y la idea de lo colectivo. Aumenta la sospecha de los discursos globales, eso lleva a la idea de que solo yo puedo luchar por mis intereses, lo que necesariamente conduce a la soledad y al sentimiento de que cada vez más vivimos en un vacío.
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