Oblicuidad
Katy Perry purga su atentado en Formentera con un fracaso
Una de las estrellas deslumbrantes del pop se derrumba en Balears, una excelente noticia para el conservacionismo. La naturaleza es implacable, Katy Perry purga su atentado ecológico en Formentera con un fracaso del disco allí recreado con una calidad audiovisual infame. La trasnochada cantante de Besé a una Chica y «espero que a mi novio no le importe» tomó posesión de los arenales de la isla sin respeto por el medio ambiente. La venganza se ha consumado.
Perry interpretó (?) la incalificable canción (?) Lifetimes en un videoclip que debiera sonrojar a sus autores (?) con la misma intensidad que a sus espectadores. A diferencia de los grandes éxitos de la artista, esta obra lanzada individualmente ni siquiera se ha colado entre los cien mejores temas de la prestigiosa lista de Billboard. Lo mismo ha ocurrido con otra composición anticipada, I’m His, He’s Mine, pese a la riqueza del vocabulario poético que presagia su título.
No tomarás el paisaje de Balears en vano. Al margen de exigir a Perry que quite sus limpios pies de las dunas de s’Espalmador, cabe preguntarse a quién esperaba seducir colocando las extremidades susodichas en el respaldo del asiento de otro pasajero del ferry a Formentera. O despidiendo la grabación con una bolsa de vomitar en las manos, aunque aquí puede hablarse de una comunión de la artista con la recepción mayoritaria del público a su creación.
No hay edad que exima de incurrir en el ridículo, pero una cantante cuarentona no resulta persuasiva con un comportamiento preadolescente. Lo mismo han pensado los fans de ambas edades, por no hablar de la estupefacción al ser informados de que Lifetimes es una conmemoración del amor maternal. Es decir, la presunta progenitora patea sin miramientos las riquezas ecológicas del planeta, para que su hija no pueda disfrutarlas. Hay artículos en que entran ganas de defender a Greta Thunberg y a Extinción Rebelión.
La canción Lifetimes y el álbum completo 143 debían suponer la «metamorfosis» de Perry según confesión de la autora, porque todas las cantantes piensan que pueden volver a ser Taylor Swift. Contaminar Formentera, como si fuera un italiano de vacaciones, la ha devuelto la mariposa al estado de oruga. El hundimiento mercantil es una buena réplica a la inhibición de la discográfica ante el ataque ecológico, al despistar que la productora del vídeo «nos aseguró que disponía de los permisos necesarios».
Aparte del nacionalismo ecológico, pasarse la vida navegando en el yate del billonario David Geffen, también por aguas de Mallorca, no es la mejor manera de conectar con las inquietudes de los ciudadanos de a pie, que han pateado Lifetimes con tanta energía como su autora.
El público implacable es más justo y sobre todo puntual que las autoridades. ¿Cuántos años transcurrirán antes de que alguien pague un euro de multa por rodar con un permiso «verbal» en una zona protegida? La respuesta se mide en décadas, pero el veredicto popular descarga el hacha sobre las excusas banales de los autores de una calamidad artística y medioambiental. O viceversa.
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