¿Qué gana Mar Grimalt con un premio como el de la Música Balear-Enderrock?
No solo el reconocimiento a mi trabajo, también al de todas las personas que han formado parte del disco como las productoras Joana Gomila y Laia Vallès; las que me han acompañado en el escenario, Ada Elionor; la gente que me ha hecho el vestuario, caso de Aina Crespí; y los que me han ayudado con la producción, como Carlos Medina. Recibir un premio siempre es una sorpresa, y además impulsa y te da un reconocimiento. Pero cuando tú ya estás convencida de lo que estás haciendo y tienes gente cercana que te apoya, pues no vas buscándolo. Lo que yo busco es ser coherente con mi discurso, conmigo mismo a la hora de hacer música. El premio siempre es una alegría pero no una meta.
No es su primer galardón: ya ganó el Concurs Sons de la Mediterrània de Manresa, un premio que le abrió algunas puertas.
Gracias a aquel primer premio me planteé dejar mi profesión, la de musicoterapeuta, y abandoné el ámbito sociosanitario; me planteé parar, hacer un disco y también entrar en la Esadib. Aquel premio fue la señal que estaba esperando, sin saberlo, de repente llegó y me cambió todos los esquemas. Me hizo mirarme y valorar la música. Con el tiempo he aprendido que la música es un oficio, que aprendes haciendo, cantando y tocando, y también disfrutando. Creo en la música surgida de la emoción, del corazón. Todas mis canciones hablan de mí, y de mis cosas más oscuras, aquellas que no puedo dejar salir en mi vida cotidiana y que con la música se transforman.
Antes me citó a Ada Elionor, Joana Gomila y Laia Vallès, pilares de Espurnes i Coralls. ¿Qué le han aportado cada una de ellas?
Joana Gomila y Laia Vallès han sido las puertas a la experimentación. Yo venía de ser muy analógica a nivel musical y ellas me han abierto un camino, ayudándome a entrar en un universo que yo creía no era para mí. Yo escuchaba a artistas como Maria Arnal o Rodrigo Cuevas, que experimenta mucho con la electrónica, y de repente gracias a ellas he podido dar un paso más y acercarme a esa música que me gustaría hacer en un futuro. Ada Elionor, por su parte, es una amiga que me ha aportado mucha tranquilidad, es alguien a quien quiero y con quien conecto de un modo vital. Para mí es indispensable tener un equipo con el que me sienta afín.
Un álbum que nace de un propósito: honrar el trabajo de su familia, que tuvo una fábrica de vibrados y pretensados, de grava y de cemento.
Yo siempre he rechazado la fábrica como concepto, porque vivimos en una isla llena de cemento, queda muy poca tierra, y saber que mi familia contribuía a que Mallorca se pusiera más gris de lo que ya estaba era como una losa. De pequeña yo jugaba con las montañas de grava y me lo pasaba pipa, pero en el momento en que comencé a tener conciencia —cambio climático, ecología y todo esto— empecé a odiar muchísimo todo lo que tenía que ver con la empresa y el cemento. Para mí este disco ha sido como una reconciliación con mis raíces industriales, es decir, cuando mi padre tenía 14 años y conducía el camión lo hacía para comer, era su oficio, el que le daba el pan de cada día y le permitió criar a su hija cuando se quedó viudo. En el fondo mis raíces son industriales aunque no haya querido verlo.
¿Se puede amar a un paraíso vestido de cemento como es Mallorca?
Creo que sí porque lo he empezado a ver desde las formas. Una línea recta puede ser tan bonita como el tronco de un árbol torcido, y al fin y al cabo es lo que hemos creado entre todos y todas, y se tiene que aprender a ver desde lo estético. El esqueleto de un edificio ya es parte del paisaje, es decir, tenemos que aprender a amar, son los desastres que hemos cometido y debemos tenerlos presentes para no volver a tropezar con la misma piedra. Sucede lo mismo con la memoria histórica.
¿Cuándo supo que la música le iba a acompañar toda la vida?
Mi madre dice que en mi primer llanto ya vio que tenía una voz muy potente. Recuerdo que de pequeña tenía unas cintas de casete y una grabadora con la que jugaba a cantar e inventarme muchas canciones. Mi primer instrumento fue la voz, antes que la percusión y todo lo demás.
Usted que le canta a sus miedos, ¿entrará algún día el exceso de turismo en su repertorio?
¿Por qué no? Uno de mis miedos es ser invadida y no tener una comunidad con la que sentirme en sintonía o con la que poder tener una identidad común. Tengo miedo a no poder hablar el catalán en el futuro con la que gente de mi alrededor porque hablan el alemán, ruso o inglés y no se involucran con las tradiciones de la isla o no se interesan por la riqueza cultural de Mallorca.
Entre las nueve canciones hay dos poemas musicados, uno de Miquel Bauçà (Recull de versos) y otro de Damià Huguet (La inutilitat). ¿Por qué les eligió a ellos?
Damià Huguet tenía una fábrica de materiales de construcción, dedicada a las vigas de hormigón, y para mí encontrar un artista que tenía una faceta vinculada con la industria me hizo empatizar mucho y no sentirme tan culpable con todo el tema del cemento. A Miquel Bauçà lo elegí porque es un poeta de mi pueblo, Felanitx, un poeta bastante olvidado, muy excéntrico y especial. De joven no me gustaba pero a medida que he ido creciendo he ido entendiendo su ironía. Los dos me han ayudado a decir cosas de una manera que yo no las diría. Gracias a sus palabras, mi música tiene garra y mucha fuerza.
¿Qué voz no olvidará nunca?
La de mi madre. De pequeña hacía poemas y me los cantaba.
¿Su música brinda placer, resulta balsámica, como la musicoterapia que conoce tan bien?
A mí sí, pero al oyente puede producirle sensaciones contradictorias, sobre todo si escuchas una sola canción, porque el mío no es un disco tranquilo, tiene muchos ruidos, gritos y máquinas, aunque la línea melódica es muy amable.